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Rosa Belmonte

Películas maleducadas

Las tres horas que dura La vida de Adèle podrían haber sido menos si quitasen planos de la boca de Léa Seydoux.

Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos

Hacer una película de tres horas es de muy mala educación. Esta es, a grandes rasgos, mi sesuda crítica de La vida de Adèle. Va una al cine como si fuera al matadero, como una de las monjas de Diálogo de carmelitas, y sale con la cabeza sobre el cuerpo pero pensando que menudo coñazo. ¿No se puede contar la historia de Adèle y Emma en hora y media? Bueno, es verdad que si uno se entretiene en filmar cómo come o cómo duerme la protagonista, la cosa se tiene que alargar. La película también se podía haber llamado La boca de Adèle. Tantos son los primeros y continuos planos de la carnosa boca de Adèle Exarchopoulos. También es cierto que con lo que han contado tanto esta como Léa Seydoux del infernal rodaje con el director tunecino no podemos esperar que Abdellatif Kechiche sea un señor educado (más bien autoritario y violento, han dicho). Y si no lo es con sus actrices, menos lo va a ser con el espectador. Si el tacto consiste (Cocteau) en saber hasta qué punto se puede llegar demasiado lejos, este señor no tiene ninguno.

Luego llegan en Cannes y le dan la Palma de Oro, así que ya tiene justificación para una duración de otra época. Porque una ha visto suficientes películas de tres horas. En otra época. Incluso una detrás de otra. A la manera de la frase legendaria de Blade Runner, he visto cosas de no creer: tres películas seguidas de Theo Angelopoulos siendo una de ellas El viaje de los comediantes (230 minutos). Es más, en versión original griega subtituladas o bien en inglés o bien en francés. La adolescencia gafapasta puede ser así de loca. Me río yo de atacar naves en llamas más allá de Orión (en el original de la película, Roy Batty no nombra Orión, habla de "Attack ships on fire", pero aquí somos así de creativos con el doblaje). Por supuesto que sigo viendo Ben Hur o Cleopatra, pero en mi tele, en mi casa (vale, si las ponen en el cine, también). Es cierto que Los maestros cantores, y otras larguras de Wagner, se siguen representando, faltaría más.

Pero tío, Abdellatif, que no eres Wagner. ¿No has pensado en la televisión? Algunas de las más largas ficciones de los últimos años rodadas del tirón se convirtieron en serie de televisión. Ahí están Berlin Alexanderplatz (15 horas), la monumental Shoah (nueve horas), La mejor juventud (siete horas) o Fanny y Alexander (cinco horas). Mira, también podíamos incluir en la mala educación la duración de las series de televisión españolas. Esos noventa minutos que, aparte de facilitar varios cortes publicitarios, se inventó Telecinco cuando emitía Crónicas marcianas para quedarse con el ‘prime time’ y enganchar con el ‘late’. De Médico de familia a Pozí y me quedo con la audiencia. Luego todos siguieron el ejemplo y hoy no hay quien venda una serie fuera si no se le mete la tijera para dejarla en una duración homologada.

Esther Tusquets escribió un delicioso libro titulado Pequeños delitos abominables. Entre ellos, salir a la calle sin dinero, la voracidad ante el buffet, hablar de enfermedades y enseñar lacras repugnantes, dar por sentado que muchos opinan igual que tú o la falta de respeto en los espectáculos. De los espectadores. Yo incluiría la falta de respeto de quien hace el espectáculo con los espectadores.     

Decía Henry Kissinger que lo mejor de ser famoso era que si aburrías a la gente, la gente pensaba que era por culpa suya. Con el cine podía pasar eso antes, pero ya no cuela. Claro que hay gente que sigue extasiándose ante obras de arte que no entiende porque es lo que toca. Pero conmigo que no cuenten, que no tengo tanto tiempo como a los 16.

Y claro que este artículo se podría haber quedado en diez líneas. Y en cinco.

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