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Jake Sandoval

Xavier Trias, más bien entre L' Hospitalet y Cornella

El alcalde de Barcelona ha considerado este lunes que Barcelona era la única ciudad que podía competir con Tokio y Estambul por los Juegos Olímpicos.

Una vez visto el espectáculo de nuestros políticos en la esperpéntica sesión del COI en Buenos Aires, uno creía que en España no cabía un tonto más, hasta que el lunes apareció Xavier Trías, Alcalde de Barcelona, echando por tierra esta falsa creencia. El Alcalde de la ciudad condal, empleado de los Pujol en CiU, en plena resaca postolímpica confesó de buena mañana que "en España solo Barcelona podía competir con Estambul y Tokio". El alcalde se suma a aquellos que opinan que el hecho de que Barcelona haya organizado unos Juegos Olímpicos y haya aparecido en una película de Woody Allen la hace más moderna y europea. Nada más lejos de la realidad: un barniz de falsa modernidad en forma de gafas de pasta y bares de diseño esconden quizás la Barcelona más plana y gris de toda su historia. En la Barcelona de hoy, donde esta proscrito el castellano, no vivirían hoy ni García Márquez ni Vargas-Llosa, quienes sí la habitaron de manera simultánea en el pasado,

España tuvo sus olimpiadas en 1992. Entonces teníamos una historia que vender y un país que había logrado una transición modélica desde una dictadura militar a una monarquía parlamentaria. España, uno de los países más importantes de la historia de Europa ingresaba en la entonces Comunidad Económica Europea en 1986, el mismo año en que se decidió donde se celebrarían los Juegos del año 1992. La ciudad que la candidatura española presentó entonces fue Barcelona. En lugar de la capital, Madrid, España eligió una capital de provincia para albergar los JJOO. Corría 1986 y todos los esfuerzos posibles se destinaban a intentar integrar a esos nacionalismos, que entonces se creían moderados, en una nueva España que renegaba de sus símbolos para que nadie se sintiese molesto. Las Olimpiadas fueron una más de las miles de concesiones que a lo largo de los años se han hecho al nacionalismo catalán para intentar calmarlo, pensando que a base de darle pelota a un leviatán insaciable conseguiríamos, sino su erradicación al menos su moderación.

Madrid pudo haber persuadido al Comité Olímpico Español –que es quien de verdad presenta la candidatura- para que fuese ella y no Barcelona la ciudad española que albergase las olimpiadas de 1992 que, por las razones citadas arriba, le tocaban a España. El factor Barcelona no pesaba entonces, y el resto de España no dudo en apoyar tanto económicamente como humanamente aquellos Juegos para que fueran el éxito en que se convirtieron. Barcelona ha conseguido desde entonces, y gracias a esos juegos, vender un espejismo, una falsa imagen de mito moderno. No hace falta ser un gran analista político para comprender el fracaso que supuso la táctica del apaciguamiento con Cataluña mediante la vía de las concesiones. En unas horas, las huestes de los Pujol, los Millet y los Alavedra, nos inundarán con una cadena humana basada en el falso victimismo de siempre... Es difícil pensar que los principales promotores de las olimpiadas de Barcelona como Juan Antonio Samaranch, Leopoldo Rodés, Carlos Ferrer-Salat, Ignasi Masferrer, Andreu Mercé Varela, Queta Bosch o Victoria Ybarra estarían de acuerdo ni con las declaraciones de Trias ni con la deriva actual de la política catalana.

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