Decía Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo que disculparse es sentar las bases para una ofensa futura. Salvo Sostres, todo el mundo se disculpa. Salvador Sostres, que en el perfil de su blog tiene puesto "escribir es meterse en problemas", solo ha cerrado su cuenta de Twitter, donde se encuentra "toda clase de tarados, perturbados, cobardes, resentidos, solitarios y dementes". Total, para que te pongan como hoja de perejil... Pero la gente se disculpa por tonterías la mayor parte de las veces. Y sin mucha convicción. Del Rey para abajo.
En el capítulo anterior hablaba de Oprah y las tiendas. Pues la presentadora se disculpó por la tormenta mediática que había armado con lo del presunto racismo. Por el hecho de que hasta Suiza se disculpó con ella (bueno, sólo era un organismo de turismo). La mema de Isinbayeba se disculpó por su particular peras y manzanas (aunque lo suyo fue peor que lo de Ana Botella). Aseguró que sus declaraciones apoyando la ley antigay rusa (que castiga la exhibición de orientaciones sexuales "no tradicionales") fueron malinterpretadas porque el inglés no es su primera lengua. "Lo que quería decir es que la gente debería respetar las leyes de otros países, particularmente cuando son huéspedes". Que tampoco es arreglarlo mucho, aunque recalcara que se opone a cualquier discriminación. Esta ha reculado por el posible boicot a los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi. Más delirante, aunque más divertida, ha sido la disculpa de Usain Bolt. La del jamaicano estaba dirigida a Dios. En su país, una iglesia acabó el servicio religioso antes de tiempo para que los feligreses pudieran irse a ver la carrera de 100 metros por la televisión. Y el atleta escribió al día siguiente en Twitter: "God I am sorry" (Dios, lo siento).
El otro día, el Papa (no me acostumbro a que un Papa se llame Francisco) resaltó en un Ángelus el valor del perdón. "El Señor no se cansa nunca de perdonar, nunca. Somos nosotros los que nos cansamos de querer ser perdonados". Quizá de lo que nos cansamos es de las discusiones tontas. Y acabamos haciendo concesiones para que no nos den la tabarra. Ahí tenemos a Katie Couric y a Kim Kardashiam, una de esas personas que son famosas por ser famosas. Katie Couric es la famosa presentadora de televisión americana que hizo en CBS (ahora está en ABC) aquella entrevista a Sarah Palin donde ésta lo que hizo fue el ridículo. Y a la que imitaba Amy Poehler cuando no hacía de Hillary Clinton junto a Tina Fey haciendo de Palin. Aquella de 2008 fue una memorable temporada televisiva. Couric envió a Kim Kardashiam y Kayne West un regalito para su bebé North (ponle nombre). Un regalo de Barneys, no de Walmart. Y la chiflada de Kim publicó en Instagram la ropita que le envió, hasta el mensaje, y escribió: "Odio a los falsos amigos de los medios... Podría humildemente sugerir que no me envíes regalos y luego hables mal de mí". Pero atención al delito de Couric. En una entrevista en In Touch había dicho: "No lo entiendo. ¿Por qué son famosos? Me parece que más que nada son chicas adolescentes las que están interesadas en ellos". Pero si eso sale hasta en un episodio de Cómo conocí a vuestra madre. Pues va Couric y, tras el regalo y la reacción de la otra, le envía sus disculpas asegurando que no había sido su intención ofenderla y que el regalo era una verdadera muestra de afecto.
No sé si citar a Jerome Corsi porque es uno de esos tarados conspiracionistas que sostienen, entre otras loqueras, que Obama no es ciudadano estadounidense, pero tiene una frase ideal: "Me disculpo si nadie se ha ofendido por algo que he dicho".