Ya no somos la Pantoja
Sus efusiones equinocciales han convertido a la que fuera "Viuda de España" en una vulgar trincona más a los ojos de los espectadores de 'Sálvame'.
Isabel Pantoja no irá a la cárcel. Por un solo día, cierto, pero no pasará por la trena, episodio traumático que sólo los famosos más desvergonzados son capaces de rentabilizar en sus bolos por los platós televisivos. A cambio tendrá que pagar una multa considerable, que no es seguro que pueda satisfacer a corto plazo porque hace falta mucho espacio en el trastero y muchas bolsas de basura para juntar en billetes más de un millón cien mil euros, y, por otra parte, no está ahora mismo el mercado inmobiliario como para saldar decorosamente las propiedades ociosas.
Este duro trance jurídico por el que ahora atraviesa la pobre Isabel se hubiera vivido hace años como un drama nacional. Pantoja, la viuda de España, que hacía llorar a las muchedumbres cuando sacaba al escenario a su Paquirrín para tararear juntos "Marinero de luces", habría concitado en otras circunstancias el apoyo sin fisuras de los sectores más dinámicos de la población española, las amas de casa y el gremio del taxi, entre los cuales sus fieles se contaban por millones. Igual que la Faraona cuando fue empitonada por Borrell por no haber hecho jamás la declaración de la renta y calculó que poniendo cien pesetas cada español el asunto quedaría zanjado, la Pantoja podría haber proferido desde las escalinatas del juzgado un dramático: "Si me queréis, rascarse el bolsillo". Y a pesar de las duras circunstancias económicas de España, su público hubiera respondido sin lugar a dudas a tan conmovedor llamado.
Sin embargo, ella misma decidió acabar con las sinceras simpatías que concitaba en el noble pueblo español ennoviando con un desgarramantas que llegó a Marbella de camarero y a los dos años te lo podías encontrar lanzando billetes de doscientos euros desde el balcón del Ayuntamiento, como un jeque árabe en una discoteca de Dubái. Pasar del príncipe Paquirri a un hortera de mondadientes y camisa de manga corta, con dificultades para acomodarse en las sillas de los mejores restaurantes por los bultos de los fajos de billetes en sus pantalones, abrochados justo por debajo de las tetillas, no es algo que la gente con criterio televisivo perdone, ni siquiera a la figura más señera de la sagrada Copla Española.
Pantoja podríamos haber sido todos, pero sus efusiones equinocciales han convertido a la que fuera "Viuda de España" en una vulgar trincona más a los ojos de los espectadores de Sálvame, el foro de referencia para los sectores mejor informados de nuestra sociedad. Si la Justicia la hubiera enviado a prisión, aunque fuera sólo unas semanitas, la cosa hubiera cambiado por completo. Eso sin contar con la extraordinaria labor de integración que podría haber realizado en la trena, enseñando a cantar copla a las internas de su módulo.
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