Dicen que la internacionalización es la palabra clave que, puesta en práctica con una correcta gestión y un previo estudio del mercado, supone una posible salida para una empresa de moda, cuando España se les empieza a quedar pequeña.
Más ahora que las ventas de la industria textil y de complementos en el mes de febrero han caído un 12% con respecto al mismo mes de 2012, suponiendo ésta la mayor caída de ventas desde que comenzó la crisis, tal como indica Acotex - Asociación Empresarial del Comercio Textil y Complementos-. Y la situación no parece ir a mejor. De ahí que la expansión en mercados emergentes pueda ser una opción.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando una marca ya está registrada en otros países? Por ejemplo, Mango utiliza con frecuencia las siglas MNG en países en los que el nombre mango ya está registrado. En Uruguay no puede estar presente la empresa catalana –de momento- dado que ambos términos están registrados.
En Rusia causalmente una persona física registró la marca H&M dado que quería formar una ‘joint venture’ con la empresa sueca; sin embargo, el juez vio mala fe en dicho registro por lo que el gigante textil ganó el juicio. Y con peor fe aun, un Dolce&Banana sudafricano enfadó a la marca de lujo italiana, dado que, por esta razón, Dolce&Gabbana no pudo comercializar sus productos en el país africano.
Pepe Jeans en su día tuvo también complicaciones a la hora de expandirse en España por Pepe. O la marca Zara cuando se "enfrentó", aunque no lo creamos, con un pequeño e inofensivo rival: en 1922 en Zaragoza se registró la marca Regaliz Zara, aunque, tal como explicó la experta en protección de la propiedad intelectual del bufete Garrigues que participó en la conferencia de Barcelona Fashion Summit, celebrado hace unas semanas, no hay ningún riesgo en la asociación entre la marca estrella del imperio de Amancio y la firma de regalices.
En este congreso celebrado en Barcelona se debatió la cuestión de qué hacer cuando se registra una marca con el fin de negociar posteriormente con ella. Así, ante esta dificultad, numerosas marcas se asociaron al Convenio de París para lo Protección de la Propiedad Industrial en 1883 -aplicable a inventos, marcas y diseños industriales- siendo una especie de pacto entre diferentes países que se comprometen a cuidar aquellas marcas que ya tienen prestigio. ¿Qué hacer? Los expertos en la protección de la propiedad intelectual que han pasado por Barcelona Fashion Summit aseguraron que si la marca ya registrada, aunque fuera con mala fe, tenía actividades llevadas a cabo, no habría mucho que hacer, de no ser que compraran los derechos; pero en el caso de que tal marca estuviera intacta una solución posible sería la de renegociar con ellos, y en caso de no llegar a un acuerdo, ir a juicio argumentando por qué la marca pertenece a una firma y no a otra.
Con los Gucci, asimismo, hubo problemas con esto de la marca. De hecho, a Paolo Gucci –quien, para los que desconozcan la historia de la familia, "metió" a su padre Aldo Gucci en la cárcel en 1981 debido a que le denunciara por fraude fiscal- se le prohibió usar su apellido en el mundo de la moda. Paolo, con su habitual cabezonería, intentó ganar el derecho de seguir dándole provecho al apellido en esta industria, pero el juez le negó su petición.
Con mala fe, mala baba o mala uva, algunos registran las marcas para chantajear y sacar los huevos de oro de la gallina. Hablando de los huevos de oro, el otro día reconozco haberme tragado la película de Bigas Luna en La dos, -que descanse en paz allá donde esté el cineasta- en donde al señorito Bardem, en el mismo papel de siempre, siguiendo la línea de Jamón Jamón, le puede la avaricia. Me hizo reflexionar sobre el aspecto psicosociológico y los complejos que podría tener el director de tales películas para retratar con el mismo morbo de siempre –y esa casi pornografía descubierta- los aspectos de la prostitución y su obsesión con el dinero. Para que luego Maribel Verdú –ya nada original su lamentable discurso-, recubierta de Dior y joyas de Bulgari, cual repollo perifollado, le dedicara a los desahuciados su merecido Goya, unos años después de animar a los españoles a pedir préstamos en los bancos.