'Argo' o el estupido derrocamiento del Sha
El triunfo en los Oscar de la película de Ben Affleck nos hace volver la vista atrás y ver lo que Occidente perdió con la caída del Sha.
Argo, la gran triunfadora de los Oscar de este año, narra la liberación (basada en hechos reales) de seis diplomáticos estadounidenses, refugiados en la embajada de Canadá durante la crisis de los rehenes de 1979 en Teherán, por parte de la CIA. La película ensalza en un estilo muy americano el valor de la cooperación internacional y sobre todo la diferencia que existe entre el valor de la vida humana en occidente, donde a los ciudadanos se les intenta liberar cueste lo que cueste.
Viendo la película es inevitable recordar el Irán pre-revolucionario y las implicaciones que tuvo el derrocamiento de la monarquía en Persia. Mohammad Reza Pahlavi había subido al trono en 1949, salvo un breve exilio en 1953 del que retornó con la ayuda de Inglaterra y Estados Unidos. En 1963 el Sha lanzó una serie de reformas conocidas como la Revolución Blanca con el objetivo de modernizar y occidentalizar el país. Compró a los terratenientes las tierras para revendérselas a los pequeños agricultores al 30% de su valor, privatizó las fábricas, hizo una política de reforestamiento, amplió la educación luchando contra el analfabetismo, otorgó a la mujer el permiso para votar y les dio la libertad que el mundo musulmán no les reconocía. En el lado de la política internacional fue el principal aliado de Estados Unidos en la región, y tuvo relaciones de primer nivel con todos los países de occidente.
La crisis del petróleo de 1973 con el alza del crudo, que tanto afectó a las economías occidentales, hizo que las relaciones irano-americanas se deterioraran. Esto, unido a la oposición interna debido a la falta de democracia y al efecto que las medidas seculares provocaron en el sector más religioso del país, fue lo que impulsó la revolución y la caída de la dinastía Pahlevi. Si el Sha no hubiese caído Irán sería a día de hoy un país completamente occidental, con una generación ya casi jubilada que se habría formado en las mejores universidades del mundo y que habría devuelto a la antigua Persia a la primera fila de potencias mundiales.
Basta con dar hoy un paseo por el bazar de Teherán para ver a una población que sigue empobrecida y anclada en el pasado, viviendo una paranoia en la que, por un lado, adoran los símbolos materiales de Occidente, su cine, su música o las camisetas del Barcelona, mientras que las ciudades están llenas de murales en las calles invitando al martirio para poder reunirse con Alá. O pasear por Qom, donde se encuentra el mausoleo de Fátima uno de los lugares de peregrinación del islam y donde más de 50.000 chiitas de todo el mundo estudian teología en un ambiente de fervor religioso islámico.
Al Sha se le achacó la corrupción y el derroche de su reinado, la Savak (la policía secreta) y sus presos políticos y, en gran parte, lo fallido de las políticas de su Revolución Blanca, además de criticarle los antiamericanos su acercamiento a Occidente en plena guerra fría. La revolución islámica que le sucedió fue un gran fracaso como casi todas las revoluciones. A la caída del Sha le sucedió una represión enorme, una guerra de diez años con Irak y actualmente un aislamiento de la comunidad internacional por su programa nuclear.
La caída del Sha y la instauración de una república islámica en Irán fue un enorme fracaso de la política exterior de Estados Unidos, que no había previsto la revolución y no hizo nada por evitarla. La humillación que supuso el asalto a su embajada y el secuestro del personal durante 444 días fue un error que pagó muy caro Jimmy Carter en las elecciones de 1980 contra Ronald Reagan, quien resumió la cuestión en "los rehenes no debieron estar cautivos seis días, mucho menos seis meses". El Sha había conseguido en muy pocos años lograr occidentalizar un país, como solamente lo ha conseguido en la historia Japón, aunque su esfuerzo fue en balde. América sigue hoy arrepentida de su error.
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