En un magnífico documental de HBO que está emitiendo Canal +, Ethel Kennedy, la viuda de Robert, se niega a contestar preguntas sobre su tragedia personal o los escándalos familiares. Y eso que las preguntas se las hace Rory Kennedy, que es la directora del documental. Rory, de 44 años, es la hija póstuma de Bobby. La que nació a los seis meses de su muerte. Y una de los once hermanos (dos están muertos, como buenos Kennedy) que tienen la misma cara que su padre. Pero la parte chunga, al menos la que tiene que ver con los asesinatos familiares, la suple Rory con imágenes de archivo. Hickory Hill, la casa familiar en Virginia que Ethel vendió en 2009, está muy presente en la cinta. Las fiestas allí eran memorables, en unos tiempos, los de Camelot, en que republicanos y demócratas confraternizaban más. Tiempos en los que los miembros del gabinete de JFK acababan vestidos en la piscina (el presidente tuvo que decir a su cuñada Ethel que se cortaran). Rory pregunta a su madre si el jaleo de Hickory Hill habría soportado el escrutinio de TMZ, es decir, la voracidad de la prensa del corazón. "Era más fácil antes", dice riendo la octogenaria matriarca. Era más fácil divertirse y también tener escándalos.
Una mujer todavía más extraordinaria es la protagonista de Brava Victoria, documental que emitió La 2 el domingo y que se puede ver en RTVE a la carta. Victoria de los Ángeles, que fue la más grande de las cantantes de ópera españolas (habiendo coincidido con esa generación única de Lorengar, Berganza o Caballé) y una de las figuras mundiales, tuvo una vida infeliz. Eso se dice en el documental, singular sobre todo por las grabaciones caseras de Victoria, pero no se explica. Se dice que se separa de su marido pero no que él tenía otra familia. Tampoco se cuenta que Joan Enric, su hijo mayor, murió en un accidente de moto. Y que ella cantó en el funeral. Su vida, más allá del triunfo profesional, no fue más dichosa que las de Mimí, Butterfly o la Elisabeth de Tannhäuser, sus personajes favoritos. Pero como Ethel Kennedy, tuvo la suerte de que "era más fácil antes". Que la prensa no hincaba el diente como lo habría hecho hoy. Una se imagina uno de esos Nada es igual o Materia reservada de Emma García con Victoria de los Ángeles y se echa a temblar. También podían haberlo hecho con Proust. El escritor sería bajo el escrutinio de hoy un excéntrico. Ese tipo friolero que en las cenas de gala se sienta a la mesa con un abrigo de pieles que no se quita en toda la noche. O que en verano sale con una levita y cuatro chaquetas de punto. Un tío raro que en una carta a Reynaldo Hahn (al que tan bien cantaba Victoria de los Ángeles) le cuenta que se ha sonado ochenta y tres veces desde el momento en que empezó a escribirla. Todas estas loqueras se leen en el reeditado Cómo cambiar tu vida con Proust de Alain de Botton. Richard Wagner y su familia también habrían sido un caramelo para el más alto cotilleo (o el más bajo). De hecho, Tribschen era como Ambiciones. La casa del músico cerca de Lucerna (Suiza) era acechada por curiosos con catalejo desde el lago a la manera de esa gente que iba en autobús a la finca de Jesulín de Ubrique. Unos curiosos que intuían en la casa a Wagner y a Cósima von Bülow, hija ilegítima de Liszt, que además de virtuoso del piano lo era del follisqueo (un Pipi Estrada de la época). Y el tío, encima, acababa de ordenarse sacerdote. Eso sí, tras convertirse al catolicismo.
El cotilleo de ahora es una birria. Protagonizado por gente sin interés. Esperanza Aguirre dice que para ser cargo público habría que tener una profesión. Para ser objeto de chismes también sería conveniente. Aunque si eres un Kennedy, da igual.