Aznar, de la Coca Cola al Vega Sicilia
Aznar pasó de ser una persona de sandwich mixto y Coca Cola en la oposición a ser de huevos fritos con chorizo y Vega Sicilia cuando dejo el Gobierno.
Tras los diarios de José Bono y las memorias de Joaquín Leguina, ahora es el turno de José María Aznar, quien publica su quinto libro desde que dejó la presidencia del Gobierno. Como ya sabéis, siento debilidad por las memorias como género literario, auténticas confesiones de diván para la historia. Aznar las presentó el pasado lunes con toda la plana mayor del partido, incluido Rato y Rajoy. La expectativa es de un Aznar que, como siempre, nos lo imaginamos a la defensiva, sin ninguna concesión a sus críticos. Recuerdo una entrevista en que le preguntaban a Aznar por algún defecto y contestó que "de hablar mal de mí ya se encargan mis enemigos".
Aznar es un personaje de muchas luces y algunas sombras. Ninguneado durante mucho tiempo por los suyos (1989-1996) tuvo el inmenso éxito de poder reunir en torno a él a una mayoría social de centroderecha que acabó con 14 años de Felipismo y que desde entonces se ha mantenido muy fiel a su idea de partido. Aznar consiguió demostrar al centroderecha que España no era socialista y que se podía gobernar en democracia. José Maria, un poco cursi, lo logró porque supo sintonizar y representar a ese nueva clase media que pujaba por progresar y abrirse un hueco profesional, que vivía en urbanizaciones de pareados, soñaba con comprarse un todoterreno y conseguir veranear en la costa del Sol. La España del IRPF.
Aznar consiguió lo que nadie de la derecha española había conseguido en cien años. No era un intelectual como Maura, ni inteligente como Calvo Sotelo, ni simpático como Suárez. Aznar tenía cuatro cosas claras: la legalidad, las instituciones, la lucha contra la corrupción y los nacionalismos: ya no había que pedir perdón por ser español. Además, su gobierno terminó con la crisis económica, consiguió que España entrase en el euro, nos convirtió en un país serio que tenía peso en Europa y una sólida posición internacional y utilizó mano dura contra el terrorismo. Todo ello hizo que la reputación de Aznar alcanzara durante sus primeros años de gobierno niveles casi místicos. Aznar consiguió todo ello a base de tesón, sin necesitar ser simpático, desde la seriedad. Sin ser una figura a la que admirar consiguió que, por lo menos, se le respetase.
Ocho años después de su salida, empañada por los trenes de Atocha, la figura de Aznar no genera ya esa unanimidad indiscutible que llegó a tener de presidente del Gobierno. "En vosotros aprendo que la vida tiene menos que ver con los principios que con la dignidad de los finales", escribía Luis García Montero. La gestión de la sucesión y la falta de democracia interna del partido, la boda en El Escorial, sus numerosos consejos de administración, su prepotencia a la hora de admitir errores, el no saberse retirar del todo, y por último la colocación de su esposa como alcaldesa de Madrid, en un claro síntoma de la argentinización española.
Aznar, en definitiva, acabó creyéndose su personaje. La mejor definición que explica su transformación, desde que era líder de la oposición hasta su retirada, la dio su colaborador Miguel Ángel Rodriguez: "Aznar pasó de ser una persona de sandwich mixto y Coca Cola a ser de huevos fritos con chorizo y Vega Sicilia". Mucha expectación por saber con qué Aznar nos encontraremos en su libro, que no da la impresión de que vaya a ser ni el último ni su verdadero testamento político. Aunque es difícil, esperemos que vuelva el mejor Aznar, el que supo ponerse a un país detrás.
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