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Carmelo Jordá

Andorra o la patria prometida

Toda Cataluña siguiendo al pequeño gran hombre y resulta que en lugar de llevarles a la patria prometida se lo estaba llevando él. A Andorra.

Toda Cataluña siguiendo al pequeño gran hombre y resulta que en lugar de llevarles a la patria prometida se lo estaba llevando él. A Andorra.

No es que muerto Pujol –políticamente hablando, por supuesto– se haya acabado la rabia independentista, pero la caída del que fuera molt honorable ha supuesto un shock, lo quieran admitir o no, en un independentismo que tenía por seguro que, hiciese lo que hiciese Mas, el esposo de Marta Ferrusola iba a subir a los altares como padre de la cosa-nación-estat catalá.

Como Kuato pero sin salir de otro cuerpo, Pujol había capitaneado la resistencia al españolismo facha opresor y había logrado, poco menos que él sólo, que las esencias mil-lenarias de la catalanitat se mantuviesen impolutas, sin mácula, como si las hubiesen embalsamado en Montserrat.

Justo ahí creo yo que se veía el patriarca del clan Pujol y casi de Cataluña toda: como una momia a los pies de La Moreneta, a lo Lenin en la Plaza Roja, solo que con el olor a cera, a sierra y a níscalo propio del montañoso enclave. No es mal lugar, todo hay que decirlo, para prolongar tus días por los siglos de los siglos amén… siempre que no esté por allí la monja Forcades dando el coñazo, claro está.

Pero miren por dónde que un descuido, un olvido tonto de esos que tenemos todos, un detalle como aquello de llamar a un amigo que siempre dejas para luego y después acaba siendo mañana y al final nunca y… ¡adiós al padre de la patria, a la momia y a La Moreneta! Qué injusticia, qué crueldad.

También es verdad que entre tanto nos estamos enterando no sólo de que el molt honorable había tenido un lapsus, sino de que además él y su prole aprovechaban aquello de levantar la nación para ir engordando unas cuentas corrientes muy poco corrientes. Y no es menos cierto que alrededor del propio Pujol, de sus vástago y de sus discípulos, aquel famoso oasis, aquella sociedad tan europea, limpia y más incorrupta que el brazo de Santa Teresa se nos va revelando como una charca putrefacta y más bien africana; una ciénaga en la que el agua no corre, pero los billetes de 500 no veas.

Es normal que la patria se sienta huérfana, es normal la desazón e incluso sería normal un frenazo: hay papeles que no se los puedes encargar a un chico del servicio como Mas.

Y es que hay cosas que no te las puede hacer tu padre, por ejemplo: robarte durante décadas y, peor aún, engañarte durante décadas. Toda Cataluña siguiendo al pequeño gran hombre y resulta que en lugar de llevarles a la patria prometida se lo estaba llevando él. A Andorra.

Si es que no ganamos para disgustos.

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