Las crónicas que Pablo Planas envía desde Barcelona para Libertad Digital pueden invitar a la sonrisa si nos quedamos sólo en los detalles. En el caso de la militarización de la Generalidad conviene advertir su verdadera intención: la amenaza. Con la inexcusable propaganda, eso sí.
Blindados, patrulleras y fragatas. Léase sencillamente hostilidad. Otra cosa es la prevista "guerra de guerrillas" en caso de… ¿en caso de qué? Tampoco importa, la prevé y la menciona sin rubor. Pero esa táctica, puramente española, es la que adoptó ETA –"militar" y "político militar", recuérdese– o aquel Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceive. Guerrilla, nacionalismo… no estamos ante lo desconocido. Las fragatas despistan, adornan, y hasta recuerdan a Gila pero esconden –lo justo– esa amenaza, un programa de sedición armada aunque sólo sea en el papel.
Una fuerza armada paramilitar en el seno de una democracia no es sino terrorismo, aunque éste requiera de determinadas condiciones para definirse así, según los puristas. El mensaje de violencia institucional ya está sobre la mesa de un Gobierno central que lo fía todo al cumplimiento –automático, sin coerción– de una Constitución violada a diario.
Tampoco quiere el Gobierno multiplicar por dos olvidando así que el proyecto separatista de paralizar un frente para concentrarse en otro ya empezó a fraguarse en Perpiñán. Inventar la Historia, inocularla en un sistema educativo y reclutar gudaris a la fría sombra del claustro de una abadía es costumbre conocida o debería serlo. Lo hemos visto y pagado con muchas vidas. Los efectos de ignorarlo ahora llegarán desde dos frentes o unidos en uno solo, en función de lo que más convenga.
Mientras, seguimos financiando los instrumentos que sirven al fin, como la ANC, proyecto de CiU y ERC, que es como decir la Generalidad. O el CAC, que documenta querellas contra periodistas sin tener capacidad jurídica sabiendo que la Generalidad –de la que emana– se arrogará la representación del pueblo catalán para litigar en los juzgados. Lo hacen y les sale mal –querellas y fragatas– pero lo hacen siendo ilegal y así será tantas veces como va el cántaro a la fuente. Cuenta la intención, el hecho consumado e impune. ¿Cómo no lo van a repetir con el referéndum? Además, confeccionarán su censo al estilo de Hassan II y si asoma algún contratiempo ya se ocupará la ANC de montar una Marcha Verde, o estelada o blaugrana. Los hechos consumados no se castigan en España: "No pueden hacerlo, no sucederá, es ilegal", se dice desde Madrid asistiendo a cómo lo hacen. Como Neville Chamberlain, que negó la posibilidad de que en Alemania pudiera nacer la Werhmacht simplemente porque estaba prohibido por el Tratado de Versalles.
Pagaría barriles del cognac más añejo y las mejores vitolas por disponer de un Winston J. Churchill los minutos suficientes para susurrar al presidente del Gobierno que la infausta política de apaciguamiento de un líder conservador trajo desgracias al mundo entero. Sin exagerar, sólo como ejemplo pretérito, pero antes de que Pablo Planas nos informe de que la ANC prepara apuntes sobre la Línea Sigfrido en Aragón y Valencia en su vertiente puramente propagandística, claro. En todo caso, antes de que documenten que el propio Churchill nació en Arenys de Mar.
Y por último, no olvidemos hoy el acto protocolario que prologó el reinado de Felipe VI: antes de ser proclamado rey se le hizo Capitán General. Cinco estrellas de cuatro puntas y dos bastones cruzados que simbolizan el mando sobre el mando. Es verdad que las estrellas y el fajín de Jefe Supremo de los Ejércitos no suponen mando militar real, excepción hecha en torno al 23-F. Pero su nuevo portador ha de saber que hay una zona de España, donde estaba la Capitanía General de Barcelona, luego Región Militar Pirenaica Oriental –reconozco que hoy le he perdido la pista a su denominación, si es que existe– donde ya no le reconocen autoridad, donde no tendrá Cuartel, donde uno de sus bastones de mando no se cruzará con otro. Seguirán recibiéndole para que salude y despida en catalán pero allí el único fajín de autoridad será el que se ciñan los castellers que boten las fragatas. Y no habrá que culpar al Rey sino a quienes corresponde gobernar como muy bien recordó en su discurso de Proclamación.