Os perdono las rastas, los piojos,
la cochambre, la pinta de gamberros,
los canutos, las chanclas, los despojos,
las pulseras, las flautas y los perros.
Os perdono el ingenio limitado,
la cháchara infantil, la verborrea,
el agitar de manos indignado,
el tópico, el cartel y la asamblea.
Os perdono el capricho por cojones,
el pasaros las leyes por el forro,
el nombraros, así, sin elecciones,
portavoces del pueblo por el morro.
Os perdono la farsa y la impostura,
el presagio fatal del acabose,
la intelectualidad de la incultura,
la cursilada pánfila y la pose.
Lo que ya no os perdono, sin embargo,
(por más que os solemnicen en La Noria)
es que os sintáis ungidos del encargo
de ejercer de palancas de la Historia.