Un proverbio africano cuenta que viajando solos quizá se pueda llegar más rápido al destino, pero que solamente juntos se llega lejos. Y en política esto suele ser así, pues la fragmentación de aquellos proyectos políticos que comparten, ya no sólo un mismo sector del electorado, sino también principios, conduce inevitablemente al fracaso de estas iniciativas. Por el contrario, la unión y la construcción de un proyecto político por adición parece ser la fórmula idónea para el éxito electoral.
El domingo 12 de febrero se celebraron las elecciones primarias en Venezuela para elegir candidato único a la Mesa de Unidad -la oposición-. Los objetivos de antemano eran dos: obtener más de 2 millones de votos, una meta considerada difícil; y contar con un ganador claro para un liderazgo consistente. Ambos se han superado con creces: 2,9 millones de ciudadanos se han volcado en las urnas; las proyecciones estimaban, el viernes anterior, una asistencia de 1.6 millones; otorgando a Henrique Capriles de Primero Justicia un triunfo contundente. En Venezuela, con más de seis millones de votos se le puede ganar en las urnas a Hugo Chávez (esto, siempre que la participación sea similar a las últimas tres elecciones generales, que es lo probable). En las elecciones parlamentarias pasadas votaron 11.097.667 personas. Las estimaciones de los sociólogos indicaban que solamente si la Mesa de la Unidad lograba movilizar el pasado domingo 2 millones de personas, estaría en condiciones de crecer hasta el número mágico: los 6 millones para octubre.
Por tanto, el porcentaje de venezolanos que han participado en las internas de la oposición, cerca de 3 millones, parece indicar que las oportunidades han aumentado bastante y cobra mucha fuerza la idea de vencer a Chávez en octubre. Se han fortalecido, tienen liderazgo y han firmado un programa elaborado por 400 expertos que toca todas las materias. Cumplen así con los requisitos ineludibles para ganar: hay líder, programa, partido y unidad.
Los principios compartidos –como el apoyo a la democracia, la economía de mercado, la aspiración de triunfo de la sociedad abierta sobre el populismo, la seguridad jurídica, reglas de juego claras, el pluralismo, servicios básicos del Estado, el imperio de la ley, la división de poderes, el Estado de derecho...– tendrían que bastar para la unión de todo proyecto que enfrente al populismo; son principios que no pueden ser arrastrados por una fragmentación que obedece a meros proyectos personales. La madurez de la oposición venezolana reside en esta unidad. De continuar, sería un ejemplo para el diseño de proyectos en otros países de la región.
Evidentemente, para la unión hace falta una miríada de cualidades en los líderes que comandan los proyectos: generosidad, sentido de Estado, responsabilidad histórica, altura de miras y, sobre todo, entender que se deben privilegiar las concesiones recíprocas por encima de las ambiciones personales como factor decisivo para la construcción de un proyecto político ganador. La oposición venezolana no se rinde y demuestra que puede llevar en sus credenciales estas cualidades, pero es esencial que sigan constando.
Empieza una nueva disputa. Las reglas de esta partida las marca muchas veces un gobierno hostil con los componentes fundamentales de un Estado de Derecho. Por ello hay que estar atentos, será un proceso reñido y es difícil imaginar que el oficialismo reconozca con altura su derrota, en el supuesto caso de ser vencido.
Pero, a día de hoy, la oposición ha logrado los números deseados y hace sufrir al régimen. Parece haber encontrado en la unidad una vía para enfrentarse al socialismo bolivariano con éxito, a pesar de los obstáculos. Los opositores, con inteligencia, parecen haber comprendido que la unión es la única fórmula para que la sociedad los contemple como alternativa viable. El descalabro económico –la peor economía de Latinoamérica, con una inflación escandalosa cercana al 30%, desabastecimiento de alimentos e inseguridad galopante y la oposición reforzada pueden contener los ingredientes de un coctel para el desmoronamiento democrático del denominado socialismo del siglo XXI de cara a las elecciones presidenciales de 2012.
No obstante, para ello las fuerzas de la oposición deben seguir la senda de la unidad. Ahora hay una tarea por delante, enamorar a los venezolanos sin renunciar a los principios de una regeneración institucional; porque todo indica que los venezolanos ya saben que cuentan con una alternativa democrática y eso es muy importante. Es una lucha desigual, como la de David contra Goliat, una pugna en la que el David democrático debe vencer al Goliat populista sin parecerse a él y en la que la unidad será su honda.
El Sr. Hirschfeld es coordinador de programas para Iberoamérica de la fundación FAES.