Antes que desentrañar qué ha sido este cónclave del PSOE, merece la pena detenerse en qué no ha sido. Lo ausente es más significativo que lo presente. Ello pese a la fuerte carga, que pretendía ser dramática y ha resultado esperpéntica, que adquirió la lucha libre entre Chacón y Rubalcaba. Y libre quiere decir "todo vale". Salvo en el secreto de la votación y otros asuntos de procedimiento, el pregonado ejercicio ejemplar de democracia ha sido fiel a las costumbres. En lo interno como en lo externo. Valga como muestra el chantaje ejercido con las listas. Pero eso forma parte del ajuste de cuentas, que es una de las cosas que sí ha sido este Congreso.
No ha sido, desde luego, una renovación política. Ni Rubalcaba, el vencedor por solo 22 votos, que ya es para poner las barbas a remojo, ni Chacón, representan tal cambio. El Partido Socialista podía haber hecho algo serio. Madurar, básicamente. Cierto: que haya salido el más veterano indica que la mayoría, bien exigua, ha preferido no repetir la aventura que fue la elección de Zapatero hace doce años. Los profesionales han prevalecido sobre la nueva generación de mindundis, la que aupó el ex secretario general, y de la cual la candidata era producto, y nunca mejor dicho. Los experimentos, con gaseosa.
Los socialistas han apostado por hacer la travesía del desierto, ésa que Chacón quería saltarse para ir directa al oasis, como si fuera cuestión de voluntad, bajo la guía de un beduino con más conocimiento del terreno. Y de uno que saben, tendrá que pasar el testigo. Rubalcaba ha sido elegido para que controle un proceso que la era Zapatero había dislocado. A cambio, sí, tuvieron el Gobierno de la Nación durante dos mandatos, pero el precio final de la peripecia ha sido la pérdida de poder más aterradora que hayan sufrido. Un cataclismo para cualquier partido, y más para uno que ejerce, con singular eficacia, de agencia de colocación.
La disyuntiva política del PSOE se dirimía, sin embargo, en otro frente que el de la batalla entre generaciones y clanes. Consistía en reorientarse hacia la tradición socialdemócrata o mantenerse en la agenda radical que abanderó Zapatero. Y ahí no hubo nada, es decir, hay continuidad. Ha demostrado que el cambio, ese fetiche suyo, no va con él. Del Congreso no ha surgido un partido, pongamos, del tenor del SPD, que ha estado dispuesto a debatir sobre la reforma del Estado del Bienestar, es ajeno a la demagogia peronista y que pone a caldo a Merkel por lo que hace, pero no por lo que es. Es decir, que no está todos los días del año y un año tras otro, expulsando a las tinieblas exteriores a la derecha por ser quien es.
No se ha visto por ninguna parte que el PSOE rectifique una política que emplea como argamasa la aversión a la derecha y como aglutinante, el odio al adversario. Es más, dado que el triunfo de Rubalcaba ha sido por los pelos (no es alusión), ese pegamento habrá de emplearse con mayor abundancia. Han desalojado a la facción zapaterista, pero no prescinden de lo que el zapaterismo significó en política, incluida una visión de España fuertemente mediatizada por el nacionalismo, cuando no mimetizada con él. Los 465 votos que obtuvo Chacón dan fe de ello y de la propensión adolescente del partido. ¡Cuántos pollos sin cabeza! Es asombroso que la aspirante llegara tan lejos, pero hay poco brain y mucho storming. Ahora no habrá paño que seque tantas lágrimas.