Diré desde el principio que Alberto Ruiz-Gallardón no ha sido nunca santo de mi devoción. No me gustaron nunca sus maneras engoladas e incluso cursis a veces. No me gustaba cuando era más fraguista que Fraga; no me gustó cuando pareció ser más progresista que Zapatero (Wyoming es "bueno, muy bueno"); no me ha gustado su comportamiento comprensivo con los periodistas de la cuerda socialista y otros semejantes y su conducta disciplinaria y hostil con periodistas liberales, críticos y combativos. Tampoco me gustó su actitud en el juicio del 11-M y cuando fue designado ministro me quedé perplejo y transido de desconfianza. Luego llegó el nombramiento de Eduardo Torres-Dulce como Fiscal General del Estado y su propuesta de reforma de la justicia, clara, valiente y comprensible y le aplaudo de corazón. No soy el único ni el primero. Ese es el camino para edificar una España democrática y es el camino que debe emprenderse sin perder tiempo en Andalucía.
En este viejo Sur, el PSOE está tocado, deambula por la lona política como un púgil envejecido, con los ojos amoratados por los ganchos de sus escándalos y el hígado castigado por la división interna. Pero el PSOE andaluz ha sabido construir un régimen y eso no se desmorona fácilmente. Durante los últimos seis años, se han puesto de manifiesto sus debilidades, sus telas de araña, sus incumplimientos, sus inconsecuencias, sus deudas históricas con una tierra a la que dijo iba a rescatar del olvido, del subdesarrollo y de la divergencia con España y Europa. Sin embargo, va a dejar costumbres de dependencia hacia una Administración gigantesca, hábitos de clientelismo e intervencionismo, rutinas de no hacer nada cuando es preciso hacer algo, usanzas perversas entre los empresarios, prácticas corruptas y demás tradiciones incompatibles con una manera de ser democrática, ética y abierta.
Esto es, en Andalucía es necesaria y urgente una gran reforma que permita pasar de la cola a la cabeza del progreso real y nos lleve a ser una región emprendedora, capaz, innovadora, orgullosa de sí y leal competidora en el seno de la patria española común. Pero eso será posible si son emprendedores, capaces, innovadores, orgullosos y competentes los andaluces, cada uno de ellos. Por ello, es preciso una gran reforma, no sólo económica, no sólo política, no sólo administrativa. Hace falta, además, una reforma educativa, cultural y moral, que entusiasme a sus ciudadanos y les haga partícipes del cambio. Una reforma clara, comprensible, directa y de sentido común, como la que ha propuesto en el ámbito de la justicia el Partido Popular, vía Ruiz-Gallardón.
Al PP andaluz le queda un escalón para llegar al final y ganar las elecciones con la mayoría necesaria. A la tarea de crítica del adversario, que ha sido sistemática y eficaz, debe añadir la ilusión ciudadana por un programa de reformas que se cumpla sin demora ni complejos y la ejemplaridad de los comportamientos. Es la hora y no hay más tiempo.