La candidatura de Chacón amenaza con traer un revival de cómo ser mujer y no morir en el intento, aquel éxito novelístico y cinematográfico de principios de los noventa. Incluso antes de que su partido perdiera las elecciones, el sexo de la aspirante –el género, en la neolengua de su partido–, era ya todo un asunto. Cuando le preguntaron al respecto, ella se hizo la sorprendida. Le asombraba, vino a decir, que el hecho de ser mujer y, entonces, catalana, despertara interés mediático y se pudiera pensar que era obstáculo para liderar el PSOE y, añado, cualquier otro ente. En eso llevaba razón. A efectos políticos, carece de la menor importancia tanto que Chacón sea Carme y no Josep, como que sea catalana, andaluza o aragonesa, que de todo hay y para todos los públicos. Pero esas características suyas no serían tema, si ella misma no se ocupara de darles cuerda.
No lo digo sólo por el vídeo electoral "solo chicas" que fue la tarjeta de presentación de Chacón el 20-N, aunque en él se lanzara que "ser mujer y de izquierdas" es lo más duro del mundo. Se me ocurren condiciones más arduas y, desde luego, ser de izquierdas es hoy facilísimo. Pero lo reprobable es hacer del "soy mujer" una rampa de lanzamiento político, tal como se viene observando en la ex catalanista. En efecto, eso se lo debemos, y ella se lo debe, a Zapatero, que cargó de significado ideológico el hecho, ya rutinario, de que hubiera mujeres en el Gobierno. Aquello lo entendió perfectamente la revista Vogue: las ministras estaban ahí para ser exhibidas. La paridad era moda y escaparate. Siempre, claro, con el voto femenino en perspectiva. Y de tal palo, tal astilla.
Cuando Soledad Becerril fue designada titular de Cultura por Leopoldo Calvo-Sotelo, no pasó desapercibido que era la primera ministra de la democracia. Por ahí anda lo que dijo al respecto una diputada comunista: no aportaba nada y "el sexo no es por sí mismo una garantía". Cierto que las mujeres de centroderecha no son mujeres a ojos de la izquierda. Sea como fuere, González, tan admirado por Chacón ("he sido la niña de Felipe"), no incluyó a ninguna en su primer gobierno. Pero si no me falla la memoria, ni las que luego nombró, como Cristina Alberdi o Carmen Alborch, ni las que estuvieron con Aznar, como Loyola de Palacio, Esperanza Aguirre o Ana Pastor, se dedicaron a explotar políticamente su condición de mujeres. Con esa naturalidad iban las cosas hasta el ista, ista, ista, Zapatero feminista.