Casi desde el mismo instante en que los videojuegos nacieron, lo hizo también la copia ilegal de los mismos. Recuerdo cuando era crío los puestos del Rastro con cintas de casete con la fotocopia en blanco y negro de la portada de un videojuego para Spectrum o Amstrad a un precio de unas 200 pesetas. Sus creadores intentaron evitarlo desde el principio, con resultados no demasiado exitosos. Ahora mismo, todas las consolas de última generación pueden modificarse para poder ejecutar juegos descargados de internet. Y los videojuegos para ordenador son presa aún más fácil, lo cual, dicho sea de paso, explica por qué muchos títulos ya no llegan al PC.
Piénselo: la industria del videojuego ya supera en facturación en algunos países a la cinematográfica. Y ha logrado ese crecimiento sin disponer de la posibilidad de los conciertos o las salas de cine, es decir, sin una experiencia de pago imposible de duplicar en casa sin pagar un duro a los creadores. Y hasta hace dos días, sin una mísera subvención que echarse a la cara. Quizá ese sea su secreto...
De hecho, desde los años 90 buena parte de los videojuegos han inventado su propia versión de conciertos y salas de cine, y esa es el juego online. Cuando distribuyes copias de un software es imposible evitar que antes o después se desproteja y se copie. Si algo suena, se puede copiar. Si algo se ve, se puede copiar. Aunque sea poniendo una videocámara delante de la tele. Y si algo se juega, pues... bueno, eso, imagino que habrán cogido la idea. Pero si para disfrutar completamente del videojuego necesitas conectarte a un servidor en internet de la compañía que lo ha creado es mucho más sencillo controlar si la copia es legal o no.
Es decir, ante la incapacidad de convencer a legisladores de crear leyes peligrosísimas para la supervivencia de internet tal y como lo conocemos, puesto que no tienen un lobby con tan rancio abolengo como discográficas y estudios cinematográficos, se estrujaron las meninges y encontraron un modo de ganar dinero pese a la existencia de copias ilegales.
Pero claro, era una industria joven y completamente dispuesta a innovar. Más joven aún que la televisiva, que pese a ello ha demostrado con HBO que se puede ganar muchísimo dinero ofreciendo un producto audiovisual extraordinariamente bueno. En cambio, el viejo Hollywood y las viejas cuatro grandes discográficas no parecen tan dispuestas a buscarse la vida. Ni las editoriales, ya que estamos. Así que tenemos la Ley Sinde y, si las grandes empresas de internet no tienen éxito, tendremos su versión norteamericana, la SOPA. Modos de saltarse aquellas viejas convenciones liberales de un proceso justo y esas cosas antiguas llamadas juicios y tal. Lo que han hecho Wert y Lassalle, y pretenden hacer unos cuantos senadores estadounidenses, es poner trabas a una más que necesaria reconversión industrial, que nos permita consumir productos de entretenimiento mejores y a mejor precio, dejándonos el bolsillo más cubierto para ahorrar, invertir o comprar otras cosas. Es decir, están ayudando a detener el progreso. Gracias, majos.