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Zoé Valdés

La continuidad ¿infinita?

Raúl Castro jamás hará cambios en Cuba. No esperen nada de la ley migratoria tantas veces prometida y postergada, ni de las nuevas regulaciones económicas, ni mucho menos de las liberaciones de los 2.900 prisioneros comunes.

No soy de las que piensan que Raúl Castro es diferente a su hermano por el mero hecho de haber tenido que soportar su supremacía durante años y haber vivido a la sombra de su imponente presencia obedeciendo y acatando órdenes que le disgustaban. A Raúl Castro no sólo no le molestaban las órdenes de su hermano, tampoco las acataba con desgano, más bien saltaba eufórico cuando las recibía y en algunas ocasiones supo reinterpretarlas de manera más cruel y criminal relamiéndose de gusto.

Raúl Castro no es tan diferente de su hermano, en cuanto al carácter diabólico del sistema que ambos reinventaron, y tampoco ha destruido ni piensa destruir la política llevada a cabo por Castro I. En primer lugar, Castro I no desaparecerá del poder hasta que no se muera, siempre ha estado ahí, ahora a la inversa, él la sombra de su hermano, pero transformado en una sombra agigantada y extremadamente consejera y pendiente del más mínimo error en todos los sentidos. En segundo lugar, Raúl Castro jamás estuvo enfrentado a la política de su hermano. Ambos son castristas, ambos defienden lo mismo: el comunismo, el fascismo, el castrismo. Si en algo no estuvo de acuerdo Raúl Castro con su hermano seguramente fue cuando consideró que no había sido lo suficientemente tiránico frente a sus víctimas, cuando se le aflojó la mano, y eso, en verdad, ha sucedido tal vez en contadas ocasiones, muy pocas.

La política de Raúl Castro es exactamente la misma que la de Fidel Castro, con algunas variantes, eso sí. Si Castro I siempre pecó de bambollero, exaltado, amenazador, instigador, intrigante, en sus afrentas con Estados Unidos, y en sus discursos dirigidos al pueblo cubano, Raúl Castro es enemigo de lo exultante, prefiere matarlas callando, pareciera que va de bondadoso, y que jamás pecaría de indiscreto. Le promete el diálogo a los Estados Unidos, como hizo a inicios de su mandato (mandato heredado como en las peores dinastías, lo recuerdo), y no sólo no da un solo paso para que se produzcan las conversaciones anunciadas, sino que inicia un rejuego de fintas, como en un juego de baloncesto, y cuela la pelota en el cesto por la esquina donde nadie lo esperaba. El que siempre fue jugador de baloncesto, de adolescente, fue su hermano, ya lo sabemos, pero siempre iba a empujones y desprovisto de estrategias pensadas, expedito y violento, directo y salvaje; la gente le cogía pavor y por esa razón ganaba. Castro II se mueve como un bailarín en un tablero de ajedrez, sin rozar personalmente a nadie ni con el pétalo de una rosa, estudia todas las jugadas, no actúa solo, y su estrategia, aunque sin auténticas sorpresas, lo conduce preciso a la ejecución perfecta, porque no sólo le hace creer a la víctima que no lo es mientras la estrangula, además consigue que el mundo se solidarice con el estrangulador y lo considere un hombre con buenas intenciones, con ansias de cambios, un demócrata, y hasta un libertador, que estrangula por pura filantropía.

Mientras Fidel Castro destruía y penetraba con los servicios secretos del DSE (Departamento de la Seguridad del Estado) a los disidentes, Raúl Castro crea una nueva disidencia, una falsa oposición bajo su manto y resguardo, a la que le permite ser crítica con algunos tópicos, pero siempre echarle la culpa al embargo norteamericano, y al aislamiento impuesto al país. A esa falsa oposición es a la que el mundo oye hoy en día. Para colmo triunfa en sus planes y, entusiasmado con esas ganancias, convierte a las organizaciones represivas del país en ONG, como es el caso de la Cenesex, presidida por su hija Mariela Castro, que de cara al mundo es un centro independiente de estudios sexuales, cuando todos sabemos que se trata del mismo cuento que tenía Vilma Espín con la Federación de Mujeres Cubanas, una organización de masas para vigilar, controlar y reprimir a las mujeres. El Cenesex es lo mismo, pero para vigilar, controlar y reprimir a los homosexuales anticastristas; a cambio de que se les permita su homosexualidad deben ser castristas de pulmón y vagina implantada.

No olvidemos que Raúl Castro es quien reconvirtió en el pasado a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias, o Represivas) en empresas mixtas y a través de esas corporaciones inicia un paso hacia un capitalismo de corte chino, con mano férrea, haciendo creer a sus socios que se trataba de un capitalismo más suave, al estilo vietnamita. No olviden que Raúl Castro es un hombre vil, pero lleno de sutilezas. Esas sutilezas las adquirió posiblemente junto a su mujer y a su familia, y viviendo precisamente a la sombra del hermano, codeándose con aquellos invitados con los que nadie podía ver al "revolucionario Fidel", o sea, con los capitalistas esclavistas, de los que tanto ha aprendido, para imponer, como pretende y está consiguiendo, el modelo chino a la castrista. Del mismo modo que en una época su hermano impuso el modelo soviético a la castrista. El que no lo quiera ver es porque es un idiota, o está demasiado metido dentro del sistema para jugársela, o sencillamente ha perdido la memoria y la capacidad de análisis.

Raúl Castro jamás hará cambios en Cuba. No esperen nada de la ley migratoria tantas veces prometida y postergada, ni de las nuevas regulaciones económicas, ni mucho menos de las liberaciones de los 2.900 prisioneros comunes. Mientras más presos comunes sean liberados, más presos políticos enviará a las cárceles, ahora con el rango y epíteto –como los llamó en su último discurso– de "espías para una potencia extranjera". Todo no es más que un entretenimiento bajo la égida de Raúl Castro, otra performance muy diferente a la de su hermano, pero con objetivos idénticos: los de la continuidad del castrismo.

El castrismo sólo terminará eliminando a los Castro y sacando del país a toda su estirpe, tal como se ha hecho recientemente con otros dictadores. Una vía pacífica es posible, viendo lo que ha sucedido con los dictadores árabes, la ONU está en condiciones de evitar un baño de sangre en Cuba, puede hacerlo, ahora mismo, exigiendo a los Castro que abandonen el poder, y llevándolos a una corte penal internacional, de manera pacífica. No es la primera vez que lo digo y propongo, y no creo que yo sea la única cabeza pensante a la que se le haya ocurrido tal idea. Pero ¿estarían dispuestos a llevarla a cabo los que mandan en la ONU? Después de juzgados los Castro, sus descendientes deberán exiliarse, dinero tienen suficiente plantado en el extranjero para empezar nuevas vidas. Este es el momento, no esperen a que acontezca lo peor, que no es nada desdeñable que un escenario de violencia sangriento pueda producirse.

Predecir que el pueblo cubano sería incapaz de echarse a las calles –aunque ya lo haya hecho en otras ocasiones, en las que fue violentamente reprimido ante la indiferencia del resto del mundo– es una especulación muy propia de gente cansada, harta del sacrificio cotidiano, cuya única y exclusiva aspiración es largarse y abandonar todo. Lo comprendo, yo pasé por eso, y es una de las razones por las que me encuentro en el exilio. Pero jamás intenté poner por encima de las expectativas posibles, y acaso reales, las mías. No soy el oráculo de Delfos, pero algo he estudiado y he observado bastante a mi país, desde cerca y desde lejos.

La continuidad del horror no podría ser jamás infinita, pero pudiera extenderse unos años más, y los que viven y reciben prebendas a costa del fenómeno estarían muy contentos con que no acabara nunca, les bastaría con que se dulcificara un poco, ya sea bajo el Raulato, el Marielato o el Alejandrato. Pero recuerden, la vida es una, una. Y el tiempo pasa, implacable.

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