Comienza una nueva legislatura y el columnista, también tentado él por ese vicio tan castizo del arbitrismo, aconsejaría a Rajoy que no corra a colocarse los manguitos del contable. Para tales menesteres, los de desglosar el debe y el haber de la intendencia, ya están los Montoro de turno (con el auxilio de la Casa Real). A fin de cuentas, aunque agobiante, la Gran Recesión depende de imponderables exógenos ante los que, desengañémonos, el Gobierno de España muy poco puede hacer. Al contrario de lo que sucede con la genuina labor a su alcance: rehabilitar la política como servicio y dignidad pública, acaso la tarea más perentoria que debiera ocupar al Ejecutivo entrante.
Vindicar la política democrática frente al acoso y derribo a que ha estado sometida desde dentro y fuera de las instituciones durante el paréntesis del zapaterismo. Desde dentro, con la continua devaluación de la clase dirigente hasta extremos bochornosos. De ahí, inevitable, su corolario: la deriva esperpéntica de los principios meritocráticos llamados a regir la cooptación de las elites en cualquier lugar someramente civilizado. Desde fuera, por la eclosión de un rasgo secular siempre latente en la mentalidad peninsular. Me refiero al prejuicio antiliberal y antiparlamentario –hoy quizá inconsciente– que ha marcado el devenir histórico de nuestro país. ¿Cómo entender si no que, a decir del CIS, los políticos constituyan la tercera lacra colectiva de la Nación, precedidos por el paro y el desasosiego económico en general?
Otra vez, pues, el virulento desprecio de la función representativa en tanto que ocupación sospechosa, vil y rastrera. Furia indiscriminada que comparten por igual los rescoldos de la extrema derecha populista y sus ruidosos pares del 15-M. Nada extraño en el fondo. Al cabo, su intercambiable "no nos representan" constituye un revival apenas disimulado del común odio a los principios de la democracia que siempre hermanó a franquistas y comunistas. No se olvide, esta crisis, que no ha nacido de la política pero que puede llevarse por delante a la política, solo acaba de empezar. Y 2012 se augura desolador. Así el paisaje, únicamente poniendo coto al descrédito de lo público cabrá evitar que los antisistema de diestra y siniestra se apropien del escenario. Ése, en puridad, es el reto de Rajoy.