En estos pequeños apuntes quiero llamar la atención sobre unos fenómenos de degradación social semiocultos a la opinión pública, a la cual se procura orientar hacia una concepción de la vida (de la "calidad de vida") en la que el dinero lo es todo o casi todo. Precisamente el fracaso matrimonial que mencionaba en el artículo anterior debe mucho a esa concepción feminista, heredada en gran medida del marxismo, que considera el matrimonio una relación fundamentalmente económica y de dominio, con objeto hedonista. Lo que puede salir de ahí lo vemos a cada paso. Evidentemente fracasos matrimoniales los ha habido y habrá siempre, pero la masividad con que hoy se presentan solo puede obedecer a una concepción y tendencia social determinables.
El masivo fracaso matrimonial, inducido por ideologías impulsadas al máximo desde los medios y desde el poder, es al mismo tiempo familiar, sobre todo cuando hay hijos pequeños por medio, puesto que no se cumple la misión educativa de la prole que se supone asociada al matrimonio. Naturalmente, cuando una pareja se hunde en el odio o la indiferencia, la ruptura puede ser un mal menor para los hijos, pero siempre un mal. Aparte de esta obviedad, el incremento de las rupturas extiende otros muchos daños de todo tipo, emocionales y psicológicos, incluso económicos, cuya manifestación más escandalosa, pero no la principal, es la violencia doméstica.
Dado el feminismo imperante, el problema se enfoca casi exclusivamente sobre las mujeres maltratadas (que atribuyen a "machismo", cuando suena más razonable achacarla al efecto demoledor del feminismo sobre la familia). Pero la violencia familiar es mucho más amplia y se ejerce también sobre los hombres (menos de forma física pero no menos emocional), y sobre los niños. No dispongo de estadísticas de niños maltratados o asesinados en los últimos años, pero tengo la impresión de que van en aumento y tratan de ocultarse, ligadas tanto al deterioro familiar como al hecho de que cada vez más niños se crían con algún padre que no es el suyo, debido a los divorcios y separaciones. Hace algún tiempo la prensa habló –brevísimamente— de un importante aumento de la violencia de hijas adolescentes y jóvenes contra sus madres, y creo que también abundan las de hijos contra los padres, expresión de una frustración educativa profunda, al haberse sentido abandonados desde la infancia. La concepción feminista-hedonista impulsa a los padres, y especialmente las madres, a desentenderse de la educación de los hijos, encomendada de hecho a una televisión nefasta, mientras se exalta la concepción profesional-económica de la vida.
Evidentemente, la ideología dominante (a derecha e izquierda), no desea estos fenómenos de enfermedad social. Lo que desea y fomenta, como suele ocurrir, son los factores que llevan a ella.