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Cristina Losada

La mitificación del terrorista

Quiere ese mito, al que tanto ha contribuido la izquierda, que el terrorista no sea un delincuente, un criminal más, sino un “idealista”, quizá mal encaminado, tan desesperado ante la injusticia, que recurre al asesinato.

Nunca deja de sorprender el morboso interés que despiertan los terroristas. Así me sorprende que vuelva a ser objeto de atención Ilich Ramírez, alias Carlos. A pocos días de un juicio por varios atentados en Francia, el también conocido como Chacal ha sido entrevistado por una emisora francesa y el diario Libération, pieza de la que se ha hecho eco El Mundo. No digo que la prensa respetable deba proscribir esa clase de atenciones. Hay entrevistas que revelan con estremecedora claridad qué despojos morales e intelectuales anidan bajo una boina a lo Che Guevara o una txapela. Valgan como muestra las practicadas a etarras para el libro Patriotas de la muerte. Pero muchas otras no son de clase. O sirven de altavoz a la propaganda o a esa publicidad subliminal que es la complacencia con el mito. Y una cosa es que los terroristas sean mitificados por sus huestes, elevados a role models y celebrados con champán ellos y sus crímenes, y otra, que los demás se presten al juego.

Ramírez es un residuo a buen recaudo, pues cumple cadena perpetua en Francia, que no considera esa pena como un grave retroceso, de aquella eclosión del terrorismo que hubo en los setenta. Para fastidio de los que siempre buscan "causas objetivas", y dejando aparte a los carniceros palestinos, aquel fenómeno no prendió en países miserables, sino en los más ricos. Unos sembraron el terror por ideologías comunistas y con el apoyo soviético, que también fue el caso de ETA, y otros, por aburrimiento. A Bill Ayers, fundador de Weather Underground, le molestaban especialmente los sándwiches de pan blanco que preparaban las sonrientes mamás de las urbanizaciones americanas de clase media. Eran el símbolo de la hipocresía de la sociedad. Y frente a esa hipocresía, gracias a la cual, por cierto, la civilización existe, los terroristas serían "auténticos". Por lo menos, sueltan a veces incluso gentes contrarias al crimen, el terrorista cree en algo. Sí, como creían en algo Hitler, Stalin, Pol Pot y otros poseídos por la fe en el exterminio.

Quiere ese mito, al que tanto ha contribuido la izquierda, que el terrorista no sea un delincuente, un criminal más, sino un "idealista", quizá mal encaminado, tan desesperado ante la injusticia, que recurre al asesinato. Y ahí viene la comprensión. Pero dejémonos de historias. En realidad, se les respeta y mitifica porque matan. Se toma su voluntad de matar por prueba de una rectitud moral inexistente. De esa aberración nace la mirada fascinada que todavía recibe el terrorista, llámese Ilich Ramírez o Iñaki de Juana.

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