Lloran como doncellas desvirgadas;
se ahogan en pucheros mujeriles.
Lloran con gimoteos infantiles
de lágrimas profusas y colmadas.
Lloran igual que misses laureadas,
o como vaca viuda ante toriles.
Lloran como patéticos boabdiles,
o como prometidas despechadas.
Lloran como un bebé, como una abuela,
como maruja en la telenovela,
como quien pela miles de cebollas...
Lloran a discreción y sin sigilo,
exactamente igual que el cocodrilo.
Y nos quieren tomar por gilipollas.