Para entender la importancia del aborto en España podemos compararlo con los nacimientos anuales. En los años 70 nacían más de 600.000 niños cada año (657.000 en 1977). En los años 90, el número bajó a poco más de la mitad (369.000 en 1997, con un número solo levemente inferior de defunciones). En lo que va de siglo la natalidad ha aumentado algo, debida a las madres extranjeras, pero sigue siendo baja y decreciente.
Por el contrario, los abortos han aumentado extraordinariamente, aun limitándonos a las cifras oficiales, sin duda inferiores a las reales: en la década de los 90 superaba los 50.000 anuales, para superar los 100.000 desde 2005. Incremento espectacular, debido también en gran parte a mujeres inmigrantes. La tasa más significativa puede ser la de abortos deliberados en relación con embarazos: hasta el 18%, lo que significa que de cada cinco embarazos casi uno es abortado. La tasa, aunque enorme, no supera la de otros países del entorno, aunque casi dobla la de los años 90, y mucho más la de los 70. En Suecia la cuarta parte de los embarazos termina en aborto deliberado; en Francia algo menos, el 22%, y lo mismo en Reino Unido, que ha hecho una industria de esa ocupación. Italia está al nivel de España, y Holanda y Alemania algo por debajo, con un 15 %. En Usa ha bajado al 22%, habiendo alcanzado más del 30% en las décadas de mayor feminismo. Es llamativo que en Francia y otros países la tasa siga igual década tras década, pese a la propaganda casi obsesiva de los preservativos.
Legalmente los abortos se practican por graves riesgos de la madre o del feto, pero solo una ínfima proporción de ellos cumplen ese requisito. Bajo las fórmulas legales, predomina el criterio feminista del derecho de la mujer a cortar la vida humana cuando se encuentra todavía en su seno y por cualquier clase de conveniencia circunstancial.
Considerada social y políticamente, esta renuncia a la natalidad tiene como una de sus causas más inmediatas la expansión de la ideología feminista, que naturalmente tiende a considerar la maternidad como una desventaja en la carrera competitiva con el varón, en busca de una igualdad utópica que terminaría por destruir el papel femenino. De modo más amplio, podría reflejar un pesimismo vital y social sobre el futuro, del que no se espera gran cosa (¿crisis de civilización?); o un hedonismo exacerbado que no vacila en suprimir vidas humanas en embrión por evitarse "molestias"; o un reflejo de la tasa alta y creciente de fracaso matrimonial, familiar o de pareja, al que habrá que referirse también. El problema del declive demográfico en España ha sido tratado por Alejandro Macarrón, y tiene consecuencias difíciles de prever, ninguna de las cuales parece muy positiva. Esta cuestión solo toca tangencialmente a la del aborto, cuya concepción moral, repito, consiste en si la madre tiene derecho a eliminar una vida en su seno.
En cualquier caso, el aborto masivo indica una mala o muy mala salud social.