Puede que este año se notara más, pero la campa de Rodiezmo siempre ha sido un lugar vacío, salvo quizás en sus remotos orígenes. A esos efectos, los sustanciales, no importa cuál sea la densidad de su población en la ceremonia anual que allí celebra el socialismo. Al fin y al cabo, la campa no es más que el espacio reservado para una cita simbólica entre el PSOE y los fantasmas de su pasado. Espectros que se convocan a los sones de La Internacional y al gesto del puño en alto y que aparecen, ni sombra de lo que fueron, renqueantes y desganados. Molestos, a buen seguro, de que les obliguen a salir de su sueño eterno para afrontar, ¡a su edad!, la lucha final contra otras criaturas fantasmagóricas que los sacamuelas de turno invocarán desde el escenario. Llámense los poderosos, los ricos, los codiciosos o como aconseje la ocasión, sin los malignos antihéroes no habría tebeo ni guiñol.
Rodiezmo, en otras palabras, es el rito mediante el cual los socialistas rinden culto a los antepasados que ya no pintan nada y sus jefes fingen, por un día, que aún tiene peso la O de sus siglas mientras consultan su iPhone y ciñen el polo de marca. Desde luego, no ha de ser del todo casual que cuando menos han pintado las reliquias, más se subrayara el vínculo con ellas, ni que tal cosa sucediera con Zapatero, dada su entrega a la invención del pasado. Pero ha sido él quien más ha distanciado la política socialista de la clásica ficción socialdemócrata para alojarla en la pulp fiction de la izquierda radical, donde los trabajadores –y la economía– tienen, si acaso, el mismo protagonismo que un telón de fondo.
La crisis ha trastocado aquella composición y, así, el presidente "de izquierdas" no se puede presentar siquiera ante los rescoldos de la minería para ofrecer, como joyas de su legado, las cuotas de mujeres, la ley contra la violencia de género, el matrimonio homosexual o el Estatuto catalán. La ausencia –y van dos– de Zapatero y el resto del sanedrín partidario, incluidas aquellas jóvenas promesas que apenas sabían levantar el puño, da testimonio de la desbandada. No hay fibra moral para encarar que las orgullosas proclamas "sociales" de otrora han devenido en los ajustes de hoy. La fiesta quedó en manos del veterano DJ Guerra. De la música de hadas, a la música de terror. Ahora, los fantasmas son ellos.