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Ben Laden está muerto

Vale la pena volver a decirlo: la guerra contra el terrorismo no ha acabado y la guerra en Afganistán no se ha ganado.

Se ha hecho justicia. Casi diez años después de los ataques del 11 de Septiembre que dejaron casi 3.000 muertos, un pequeño grupo de personal militar de Estados Unidos operando bajo la autoridad de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) mató a Osama Ben Laden. Primero, queremos felicitar a los hombres y mujeres de nuestras comunidades militar y de inteligencia, pasadas y presentes, que han trabajado sin descanso a lo largo de tres administraciones para llevarle la justicia final al hombre que mató a tantos. No obstante, la guerra contra el terror no ha acabado.

La muerte de Ben Laden es la victoria más significativa en la guerra contra el terrorismo desde los atentados del 11 de Septiembre, aún más importante que la muerte de Abu Musab al-Zarqawi en 2006. La eliminación de Ben Laden vindica la estrategia de Estados Unidos en la región, comenzada por el presidente George W. Bush y será vista como un éxito de primer orden para Estados Unidos, mostrando al mundo que América seguirá volcada a la caza de sus enemigos y por el tiempo que haga falta.

Aunque América debería sentirse satisfecha con este enorme logro, Estados Unidos debe seguir vigilante ante la amenaza terrorista ya que aún no ha desaparecido. Los terroristas están intentando atacarnos tanto en casa como en el extranjero; con 38 complots terroristas frustrados desde el 11 de septiembre, estos intentos ciertamente continuarán, y hasta podrían ser peores.

Con la muerte de Ben Laden, que sucedió gracias a una pequeña fuerza de ataque en una operación encubierta,emergerá la tentación de creer que la acción contra ben Laden convalida la idea de que las operaciones encubiertas son una respuesta simple y barata a los más acuciantes problemas de seguridad nacional. No lo son. Son solo una herramienta más en la caja. Entre estas herramientas está también el interrogatorio estratégico y legal de los prisioneros, incluidos aquellos en Guantánamo. El presidente Obama y el Congreso no deberían usar la muerte de Ben Laden como excusa para volver al pasado respecto a las herramientas de contraterrorismo que necesitamos, como la Patriot Act.

Este amplio espectro de medios debe seguirse usando en las iniciativas de Estados Unidos contra el terrorismo en Afganistán y en el resto del mundo. La muerte de Ben Laden es un golpe desmoralizador contra Al Qaeda que podría ir seguido de golpes adicionales contra otros líderes de la organización. Pero aunque se trata de un logro significativo, queda mucho por hacer. Ante todo, Estados Unidos debe terminar el trabajo en Afganistan y no debe cejar en su empeño de derrotar a los talibanes.

La operación también pone de relieve que Pakistán está efectivamente en el epicentro del terrorismo global. El hecho de que el terrorista más buscado del mundo fuera capturado en una importante ciudad de Pakistán, a 150 kilómetros de la capital de la nación, debería servir para acallar a esos paquistaníes que rechazaban la idea de que Ben Laden estuviera ocultándose en su país como una conspiración occidental. También debería servir para afianzar la posición del presidente Obama a la hora de presionar a los paquistaníes para que continúen actuando contra otros terroristas en su territorio.

Los detalles sobre la implicación de Pakistán en la operación son aun poco claros. Si la inteligencia paquistaní jugó un papel sustancial en la localización de Ben Laden, se generará gran estima y aprecio hacia Pakistán. Si, por otro lado, se trató de una operación en gran medida unilateral de Estados Unidos, el impacto positivo en las relaciones serán más corto en el tiempo.

Ayman al-Zawahiri seguramente será el nuevo jefe de al-Qaeda. En años recientes, Zawahiri se convirtió en la voz y el planificador público de las operaciones de Al Qaeda. Sin embargo, ya que Ben Laden fue el fundador y líder espiritual de la organización, su muerte desmoralizará a sus miembros y será probablemente un retroceso estratégico de primer orden para el movimiento. Zawahiri no tiene la misma aura mítica que Ben Laden poseía y por tanto la organizaicón perderá su brillo entre jóvenes reclutas.

Pero las amenazas continúan. Al Qaeda en la Península Arábiga es responsable de tres complots terroristas en los últimos 18 meses, algo que el núcleo de la organización no pudo conseguir. Y, de igual modo, los talibanes lanzaron justo la semana pasada una nueva ofensiva contra las tropas de Estados Unidos en Afganistán. Esos son hechos que el Gobierno debe tener en mente cuando comience el inminente debate sobre el presupuesto de defensa. No hay ningún "dividendo de la paz" con la muerte de Ben Laden: nuestras fuerzas armadas están infradotadas económicamente y no debemos defraudar a nuestros militares, esos hombres y mujeres luchando por proteger a América.

Aunque Al Qaeda sufrió un golpe significativo la pasada noche, no fue fatal. Vale la pena volver a decirlo: la guerra contra el terrorismo no ha acabado y la guerra en Afganistán no se ha ganado. América debe seguir vigilante y continuar su lucha contra el terrorismo.

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