Obama, casi un mesías, elocuente y florido, iba a detener las mareas y sanar el planeta. Se ha quedado en ingenioso administrador de comunidad de vecinos que va a invertir mucho, pero reduciendo el gasto.
Dijo anteayer dos cosas: que es necesario trabajar en consenso –y es que no tiene otro remedio quien cuando ganaba solía decir que las elecciones tienen consecuencias–, para recuperar el crecimiento económico; y que para ello sólo valen recetas ya aplicadas y fracasadas.
Tuvo afirmaciones llamativas. Así, va a congelar el gasto presupuestario los próximos cinco años. Quedando dos de mandato, adviértase la sutil petición de confianza. Estupendo, se dirá. Sí, pero sólo en la parte llamada discrecional no vinculada a seguridad; es decir que esto afecta al 15% del total de dispendios. Por lo demás, inversión es la palabra. En trenes de alta velocidad, en renovables, en innovación. Está claro, va a dejar de gastar gastando, y va a bajar los impuestos, subiéndolos.
Lo más decepcionante fue el tono. Ya no es el romántico y elevado de un líder, sino el de un burócrata. Le han dicho, y tienen razón, que para salir reelegido tiene que ser de centro, y se lo ha tomado demasiado al pie de la letra: estuvo mediocre y ramplón en so oratoria.
Frente al estado de la Unión que ha deseado y pintado en la pared sin la oratoria encendida que le caracterizaba –y apenas con el timbre de voz que es su única virtud conocida–, está el estado real. Este está como para pensar lo peor de su gestión. Advenido este hombre con aspiraciones no precisamente humildes, resulta que Estados Unidos tiene más paro (9,4%), que Francia (9,1%), epítome de los esclerotizados regímenes europeos ¿La solución? Pues ya se sabe. La intervención y, cuidado –en atención a su flanco derecho y para ser perfectamente medianero–, la reforma del código impositivo. ¿Cómo? Eliminando las exenciones a los millonarios. Un fenómeno con altas miras, no cabe duda.
Han sido dos años terribles. Obama no fue capaz de unir al país –como subraya hasta el New York Times–, detrás una estrategia razonable para combatir la depresión. Su ley de reforma sanitaria, por oponerse a la mitad de la población –las elecciones tienen consecuencias, recuerden– implicó un coste político incalculable. Los desahucios y el desempleo son moneda corriente. Mientras, los únicos remedios han venido del gasto, bautizado propagandísticamente "estímulo", o de la impresión de dólares. Todo esto no ha sido meramente malo, sino nefasto.
Es asombrosa su deriva: falta de ideas, incapacidad de liderazgo, frialdad para con los problemas de los americanos, falta de contacto con sus ansias e ilusiones, y el carácter artificial con que éstas se cuelan en el final de su discurso, sin que le tiemble una pestaña.
¿Algo positivo? Su ensalzamiento de la figura del profesor, pero eso ya lo hizo aquí Esperanza Aguirre ¿Alguna gracia? "He oído rumores de que algunos de ustedes tienen algunas preocupaciones acerca de la ley de sanidad", cuando fue una de las razones de la debacle demócrata de noviembre.
Cuatro naderías añadió sobre política exterior, donde Estados Unidos se juega su prestigio y credibilidad, y el mundo su seguridad. Así, los iraquíes amenazados por la influencia iraní; los afganos temerosos de los enemigos que aguardan pacientemente retiradas anunciadas; los surcoreanos, que no saben dónde meterse ante los reiterados ataques del Norte; los libaneses desesperados porque los partidarios de Hezbolá alcanzan el poder, mientras en 2005, tras las invasiones de Bush, era el ejército sirio el que desaparecía del país.
Obama se va convirtiendo en una calamidad, y ni siquiera tiene ya talento para esconderlo. Es sorprendente que "sólo" un 51% de americanos digan que votarán por cualquier otro en 2012. Su remontada en las encuestas, volviendo a los niveles que no eran para tirar cohetes de julio de 2010, indica que tiene pensado seguir en la línea centristoide lo que haga falta. Pero, ¿alguien podría recordarle que es el presidente de la nación más poderosa del mundo y que tiene obligaciones trascendentales? No parece quitarle el sueño. Su aspiración máxima de profeta caído en desgracia es seguir administrando la comunidad con su trantran burocrático un par de años más con opciones para seguir haciéndolo. En esto se ha quedado la gran aspiración idealista del siglo XXI. Sería cómico, si no fuera trágico.
Ah, y la barbilla más bajita, y las corbatas, más claras.
GEES
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Obama pincha su burbuja
Lo más decepcionante fue el tono. Ya no es el romántico y elevado de un líder, sino el de un burócrata. Le han dicho, y tienen razón, que para salir reelegido tiene que ser de centro, y se lo ha tomado demasiado al pie de la letra.
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