Cómo ciegan los mitos. No hay más que ver a Zapatero en sus escenas de adulación a los catalanistas durante un debate que se pretendía sobre el estado de la Nación, un término que evitó emplear, por ser ajeno a su cosmología. A las amenazas secesionistas, a los ataques a la sentencia del TC, a los anuncios de desacato, el presidente fue respondiendo con suprema comprensión, con tremenda sensibilidad, con el servilismo de los que se sienten fascinados por quienes pueden cortarles la cabeza. Como si de algo fuera a servir rebajarse ante los que nunca se contentarán y, además, le desprecian. Pero la fascinación le puede. Viene de lejos.
Algunos no se enteran. Un diputado, miembro de la parroquia mentada, reprochó a Zapatero la "larga tradición jacobina" de su partido. ¿Jacobina? Quiá. El PSOE que conocemos desde las postrimerías del franquismo –aunque entonces más bien lo desconocíamos– no ha hecho honor a tal apelativo: todo lo contrario. Los socialistas fueron colonizados por el nacionalismo. Se hicieron devotos de ese dogma según el cual, los auténticos y genuinos representantes de catalanes y vascos ("identidades fuertes") son los partidos nacionalistas o, andando el tiempo, las propias sucursales conversas. Con Zapatero ha culminado ese viaje retro y su partido se encuentra en las mismas antípodas del jacobinismo que De Maistre. El ciudadano español no existe.
La genuflexión del presidente llevaba las trazas patéticas y grotescas que Tom Wolfe descubrió en aquella flor y nata de la intelectualidad que se reunió en casa de Leonard Bernstein para adorar a los Panteras Negras, una pandilla dirigida por gangsters y proxenetas. La fascinación suicida y el mito. Ese mito acunado en conciertos de Raimon y Llach a los que no asistieron. El mito que Zapatero expresaba al proclamar: "yo admiro a la sociedad catalana". ¿Qué admira en ella? ¿Acaso el alto índice de fracaso escolar, la corrupción transversal, la deuda gigantesca, la expulsión de la lengua común de las aulas, las multas lingüísticas, la prensa del Movimiento, la exclusión de los no nacionalistas? Pero no saquemos defectos, proscribamos la crítica, dispensemos sólo alabanzas, incienso y oro y mirra.
Así estuvo Zapatero ante el mau-mauing catalanista en el debate: firme en su entrega al soberanismo y nulo en la defensa de la Nación común. Qué sorpresa.