La noche del 12 al 13 de julio de 1936, Calvo Sotelo, entonces el líder más notorio de la oposición, fue asesinado por el Frente Popular (fuerza pública y milicianos socialistas). Esta es una de las fechas que marcan un antes y un después en la historia de España, porque resultó la gota que colmó el vaso de la indignación y convenció a muchos vacilantes, como el propio Franco, de que sublevarse contra aquel régimen era justo e indispensable. El asesinato constituía una declaración de guerra, y así lo vio la mayoría. Tal declaración continuó en días siguientes, cuando el PSOE encubrió a los asesinos, el gobierno reprimió a tiros manifestaciones de protesta, haciendo muertos y heridos, y la policía se dedicó a hacer razzias contra la derecha, en lugar de perseguir a los criminales (como solía hacer con motivo de cada asesinato anterior).
Fueron una auténtica confesión las palabras de Prieto equiparando el asesinato del dirigente político con el del teniente Castillo, realizado unas horas antes, por terroristas de derecha. Confesión porque demostraba que las fuerzas de orden público y las milicias de izquierda eran y actuaban como grupos terroristas. Por cierto, la misma equiparación hacen hoy los políticos e historiadores de izquierdas, demostrando así qué entienden por democracia.
El dislate de Prieto ponía además en el mismo nivel dos actos de magnitud política absolutamente distinta, lo que ayuda a entender asimismo su implicación en el magnicidio, como ya expliqué en El derrumbe de la república. Muy preocupado por la conspiración militar que el gobierno creía controlada como la de Sanjurjo, Prieto tenía el mayor interés en reventar la conjura antes de que esta madurase, y nada mejor para ello que una provocación brutal: ante ella, o los conspiradores saltaban de una vez o demostrarían no constituir ningún peligro serio. Además, las izquierdas deseaban una guerra civil, en sus propias palabras, seguros de que, disponiendo del poder, aplastarían pronto y definitivamente a sus enemigos.
El asesinato fue una empresa socialista: tanto los asesinos directos como el jefe de la operación, el capitán, Condés, de la Guardia Civil, eran hombres de Prieto, como probablemente lo era Castillo, instructor de las milicias del PSOE en tácticas que solo pueden calificarse de terroristas. Y Condés fue enseguida a dar parte de la acción a su jefe político. Lo explica este, aunque, como de costumbre, desfigura los hechos al pretender que Condés estaba arrepentido y quería suicidarse, versión simplemente grotesca. Lo que buscaba Condés era protección, encubrimiento, y Prieto, desde luego, se las dio. Con toda probabilidad, Prieto y los suyos habían quedado previamente en explotar cualquiera de los atentados derechistas de la época, muy escasos por comparación con los izquierdistas, para dar una réplica al más alto nivel, pues también fueron a por Gil-Robles, que estaba ausente. Otros datos significativos abundan en señalar a Prieto como autor intelectual del crimen.
Lo históricamente decisivo, repito, fue que el crimen obró como declaración de guerra, convenciendo de la necesidad de rebelarse a muchos indecisos. Y, por cierto, las esperanzas de la izquierda estuvieron muy cerca de cumplirse, porque el golpe, organizado por Mola, fracasó en tres días, y de no haber sido por Franco y sus tropas de Marruecos, el Frente Popular habría destrozado definitivamente a los sublevados.
Quienes siguen defendiendo como legítimo, democrático y republicano a aquel gobierno y a sus turbas izquierdistas, debieran reflexionar sobre tres puntos:
- El Frente Popular ganó, en febrero, en unas elecciones de extrema violencia y enfrentamiento, muchos de cuyos recuentos se hicieron sin autoridades, amén de otras irregularidades reconocidas por Azaña; y cuyas votaciones no se publicaron oficialmente. Si consideran democráticas elecciones semejantes, es bueno que todos lo sepamos.
- El programa del Frente Popular hablaba de "republicanizar el Estado", siendo lo contrario de la república del 14 de abril. El gobierno trataba de implantar un régimen similar al del PRI mejicano, reduciendo la oposición a la impotencia; y sus partidos principales querían una revolución de tipo soviético. Se trataba, por tanto, de acabar con cuanto tenía de democrática la II República. Considerar republicano a aquel intento de nuevo régimen ha sido, sigue siendo, uno de los mayores fraudes de la historia reciente de España.
- Por tanto, el Frente Popular carece de legitimidad de origen. Y a continuación encendió un proceso revolucionario abierto, sangriento y en gran medida caótico. Su ilegitimidad volvió a exhibirse con la negativa del gobierno a cumplir y hacer cumplir la ley republicana, amparando en cambio la revolución, pese a la insistencia de la derecha en que cumpliera su obligación legal. Insistencia que valió a los derechistas amenazas de muerte en las mismas Cortes, cumplidas en Calvo Sotelo. Quien quiera una democracia así, o se sienta sentimental e ideológicamente heredero de ella, como el Gobierno actual, queda a su vez definido.