De puertas para afuera hacemos el tonto y en casa queremos pasarnos de vivos aplicando las mismas técnicas que algunos usan para ponernos colorados. No sé si todo esto formará parte de algún secretísimo plan sostenible de Zapatero, pero lo que queda claro es que nuestro presidente algún día tendrá que rendir cuentas por los innumerables desaguisados que ha cometido durante sus dos legislaturas. España, en los últimos años, ha pasado de ser una nación razonablemente respetada en el concierto internacional a ser el tonto de la clase al que todos le pegan una colleja para robarle la merienda en el recreo. Todavía no hemos podido olvidar, y mira que el hombre tiende a olvidar con facilidad, aquellos días en donde mendigábamos por una invitación a participar en algún G algo, pero los hechos recientes son todavía más sangrantes. En menos de un mes hemos encadenado tres sucesos que pintan perfectamente cuanto pintamos en el mundo mundial.
El secuestro del atunero Alakrana en manos de piratas somalíes y la forma en que el Gobierno gestionó este asunto es el primer eslabón de una fatal cadena de errores. ZP y su equipo han conseguido –tardía y torpemente– la liberación de los secuestrados, pero secuestrando al Estado de Derecho de todos los españoles. Se ha enfangado en la ilegalidad de negociar con los criminales y –lo que es peor– ceder a su extorsión.
La segunda perla del Gobierno en el último mes ha sido la pésima actuación en el caso de la activista saharaui Aminatu Haidar. Aquí se vuelve institucionalmente a ceder ante la extorsión por partida doble. Por un lado, la huelga de hambre que está llevando a cabo Haidar, ha puesto al Gobierno contra las cuerdas obligándole a emprender todo tipo de gestiones diplomáticas con Marruecos mientras que al mismo tiempo realizaba a la mujer saharaui una serie de ofrecimientos que ella ha rechazado (asilo como refugiada, nacionalidad española, un piso). Reivindicadores varios, de cientos de causas nobles, deben estar pensándose ahora lo de declararse en huelga de hambre a ver qué les ofrece nuestro generoso Gobierno. Por otro lado, el propio Ejecutivo de Rabat presiona a España amenazando con retirar sus apoyos en materia de inmigración o terrorismo si se insiste en la culpabilidad de Marruecos en la –lamentable– situación de la activista.
Para terminar esta desgraciada seguidilla de extorsiones, el rapto de los tres cooperantes de una ONG catalana en Mauritania ha puesto en acción a las fuerzas de seguridad de Estado para ocuparse de este problema –que ha pasado a ser un problema del Estado español– y todo hace presumir que ante esta nueva provocación el Gobierno volverá a ceder y pagar un eventual rescate.
España se ha vuelto un país muy vulnerable. La cesión ante la extorsión sólo puede llevarnos a un problema de riesgo moral, que incentive a grupos, individuos y delincuentes de toda condición y de cualquier sitio a atacar un objetivo que tenga algo de made in Spain, con la esperanza de que la torpeza, el error, la impericia o la mera ingenuidad del Gobierno hagan que se consigan recompensas de todo tipo.
Pero la cosa no termina aquí. Lo peor es que nuestro presidente ha utilizado en varias ocasiones mecanismos semejantes a los que viene padeciendo a nivel internacional. ¿No es una extorsión el hecho de que los socialistas hayan pactado con los republicanos un paquete de inversiones adicionales por 20 millones de euros en Cataluña a cambio del rechazo a las enmiendas a los PGE presentadas por el PP en el Senado? ¿Qué es sino una medida de presión electoral, el hecho de que el Gobierno haya ignorado sistemáticamente a la Comunidad de Madrid durante los últimos años a la hora de repartir las inversiones entre las distintas regiones o que la Ley de Financiación de las Comunidades Autónomas sea justa e inequitativa en detrimento de aquellas regiones donde no gobierna el PSOE?
ZP no sólo ha conseguido hacer del error un estilo de gobierno, sino que ha utilizado repetidamente tácticascuasimafiosas. Esperemos que la profecía maya se equivoqué, aunque sólo parcialmente. Que el 2012 no sea el año del fin del mundo sino el año en que se vaya el actual inquilino de La Moncloa.