Poco se puede añadir ya al notición en esta ciudad en torno al secreto que durante décadas guardó Juanita Castro: su valiente colaboración con la CIA para proteger del presidio y las ejecuciones a los demócratas de la oposición interna, que sus hermanos Fidel y Raúl aplastaron con tanta virulencia desde el principio de la dictadura castrista. Ahí están sus memorias y sus declaraciones para dar fe de su particular cruzada.
Pero confieso que lo que más me ha atraído de esta mujer discreta y tímida es un largo episodio de su vida que sólo de pasada se menciona en el libro tan bien sintetizado por la periodista mexicana María Antonieta Collins. Se trata de los años en los que esta hermana condenada al destierro regentó el popular Cine Juanita en Birán, su pueblo natal.
Lástima que sólo ocupe unas páginas al principio, porque no estamos hablando de un breve capricho empresarial, sino del esfuerzo y el tesón de una chiquilla de sólo quince años capaz de convencer a su padre de que la ayudara a abrir la primera sala de proyecciones de la localidad. Sin pensarlo dos veces, Don Ángel le proporciona ayuda monetaria a Juanita y ésta viaja a La Habana para comprar los equipos necesarios. Así nace su sala de cine y la muchacha, con el notable espíritu empresarial que desde muy pronto la caracterizaría, decide bautizar el local con su nombre.
Bien, sabemos que la primera película que se proyectó en el Cine Juanita fue Juntos pero no revueltos, una producción mexicana con Jorge Negrete como galán. También hemos podido saber que aquel estreno no estuvo exento de controversia, ya que un guajiro negro creyó ver en el título una alusión racista y hubo un conato de boicot que Juanita, muy en su papel de negociante, cortó por lo sano explicándole a la gente que se trataba de puro entretenimiento y no de un panfleto a lo Leni Reifenstahl con visos segregacionistas. Aclarado el malentendido, dio comienzo la proyección y a partir de ese momento los habitantes de Birán pudieron soñar por medio de la magia del celuloide.
Y ya no supe más de este precioso e innovador negocio que durante quince años regentó Juanita con éxito de taquilla. Imagínense: en una época dominada por los hombres y en una sociedad machista hasta el tuétano, una adolescente de provincias rompe todos los esquemas inaugurando un cine que no lleva el nombre de un ídolo de Hollywood, sino el suyo, el de la hija de Lina y Ángel. La hermana pequeña de Fidel y Raúl. Una verdadera pionera de su tiempo, adelantada en su mirada hacia el futuro, que ya para aquel entonces encerraba el embrujo de la manifestación artística más grande del siglo pasado: el cine y su misterio en movimiento. No había que salir de Birán para conocer el mundo y vivir otras vidas.
Quince años le duró esa aventura a Juanita Castro. Una larga historia de amor con las latas de filmes que llegaban hasta ese pueblo remoto para, unas veces, hacer llorar al público con un dramón. En otras ocasiones, todo Birán pendiente de la comedia del momento. Historias agridulces, amores desafortunados, cómicos desternillantes, misterios imposibles, romances con finales felices. Lo que nunca pudo imaginar es que un día habría de cerrar su amado cine, confiscado por sus hermanos cuando se apoderaron de la finca de sus padres.
¿Será que alguna vez en el Cine Juanita se proyectó un drama familiar con dilemas shakesperianos? Los Montescos y Capuletos bajo el mismo techo. La sangre fraterna a punto de derramarse. La despedida inminente. Antes de que Fidel y Raúl perpetraran la traición contra los cubanos, incluida su propia hermana, una noche les regaló a sus amigos todo lo que le dio vida a esa sala: las sillas, los proyectores, las luces, los espejos, las paredes de madera. No quedó piedra sobre piedra. Así fue como las luminarias de la marquesina se apagaron para siempre.
Ahora Juanita Castro mira hacia atrás con la nostalgia vidriosa del director de cine retirado que en Cinema Paradiso, la obra maestra de Guiseppe Tornatore, rememora su infancia y juventud en un pueblo de la Italia profunda. Es la llegada de una modesta sala de cine lo que enciende la imaginación de aquel niño que llegaría a ser cineasta. A su modo, delicado y de puntillas, esta mujer les regaló a sus convecinos la maravilla del Séptimo Arte. Luego el paraíso se desmoronó.