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ESTRENO: 13 DE NOVIEMBRE

2012: Apoteosis de serie B

El cine del alemán Roland Emmerich es el ejemplo por excelencia de uno de los síndromes del Hollywood actual: el vestir de macroproducción los presupuestos e ideología de la serie B. 2012 es un gargantuesco refrito de cine de catrástrofes y ciencia ficción que requiere dejarse los prejuicios fuera.

El cine del alemán Roland Emmerich es el ejemplo por excelencia de uno de los síndromes del Hollywood actual: el vestir de macroproducción los presupuestos e ideología de la serie B. 2012 es un gargantuesco refrito de cine de catrástrofes y ciencia ficción que requiere dejarse los prejuicios fuera.

El alemán Roland Emmerich ha basado su carrera en el cine en demoler y devastar el globo terráqueo de las más diferentes formas. Invasiones extraterrestres, lagartos gigantes o tormentas planetarias han sido meras excusas argumentales para elaborar gargantuescos espectáculos atados a los parámetros del cine de catástrofes y de la ciencia ficción. El cine de Emmerich es el ejemplo por excelencia de uno de los síndromes del Hollywood contemporáneo: el vestir de macroproducción los presupuestos e ideología de la serie B.

Naturalmente, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. 2012 es un espectáculo de dos horas y media de raquítico guión que oscila entre lo cursi y lo extremo, un inflado superespectáculo de masas blandito en el fondo y en la forma. Sin embargo, un servidor nunca cargaría todas sus iras con el cine de Emmerich, denostado y vapuleado por la crítica hasta el extremo. El alemán dirige y escribe como un niño con zapatos nuevos, anteponiendo esa sensación de desternillante goce primario e infantil a cualquier otro criterio cinematográfico o estético.

Además, la salerosa diversión que proporcionan algunas de las escenas principales de la extenuante 2012 requiere desnudarse de prejuicios y sacar las palomitas. Emmerich salpica de referencias la odisea de sus protagonistas, exhibiendo su conocimiento aplicado de La guerra de los mundos, La aventura del Poseidón o la muy inferior Deep Impact, y demostrando que su film ha de ser visto dentro de los parámetros del cine homenaje. Así, si 2012 sale adelante es gracias a su pulcra puesta en escena, cierto sentido del suspense y la fotocopia y amplíación de esquemas probados, como su anterior El día de mañana, de la que es una versión más grande, más larga y sin cortes.

Sustentando la divertidísima majadería en profecías idiotas porque sí, porque él lo vale y punto, 2012 es un infantil divertimento que apela al indestructible inconsciente infantil del espectador. Todo sea dicho: el alemán es, sin embargo, uno de los pocos que visualiza con corrección y claridad las escenas de catástrofes masivas, contrastando con el sincopado y epatante ritmo que le imprimen realizadores como Michael Transformers Bay y similares, deudores del mundo de la publicidad y el videoclip más que de la pura y dura serie B de la que bebe el amigo Emmerich. Y es que 2012 es precisamente testimonio de la importancia cultural del kitsch, del tono camp: puritita serie B de estudio y con 200 millones de dólares de presupuesto, rodada con cierto sentido del clasicismo y la dosificación, además de no poco sentido del humor.

Pese a que la duración (dos horas y media) es excesiva y al final la paciencia se resiente, el film es ridículamente entretenido, incluso en su tercio final, pasmosamente inverosímil. Y a ello ayuda un casting de actores que sabían perfectamente dónde se metían. Pese a que Emmerich sigue siendo incapaz de crear verdaderos personajes, la labor del siempre correcto John Cusack o Chiwetel Ejiofor puede calificarse como digna, y entre todos ayudan a minimizar los aspectos más ridículos de 2012, casi todos referidos a los momentos en los que sus personajes hablan o interactúan.

Y no se olviden de una impresionante secuencia digna de recuerdo, que se extiende a lo largo de más diez minutos, en la que los protagonistas huyen de la destrucción de Los Angeles por tierra y aire. El sentido del humor (atención a las dos ancianitas en coche), y el éxtasis de ruido acumulados estallan ante un espectador rendido ante el detallismo destructivo de todo lo que ocurre en pantalla. Y en pantalla grande.

En Chic

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