Las próximas elecciones autonómicas serán las andaluzas, salvo irrupciones inesperadas. Tardarán, porque se las espera legalmente para finales de 2022 o comienzos de 2023 si no se anticipan por razones que aún no afloran. Pero no cabe duda de que las elecciones catalanas van a tener presencia difusa pero no confusa en una Andalucía que tiene lazos muy profundos con muchos catalanes andaluces de origen.
Hace diez años se calculaba que 1,1 millones de catalanes eran descendientes de andaluces. Si se unen a ellos los extremeños, gallegos, castellanos, aragoneses y demás, los descendientes de otras regiones españolas se acercarían probablemente a los 1,7 millones de personas, tal vez más. El propio Juan Manuel Moreno apelaba en febrero a los catalanes de origen andaluz para frenar el proceso de ruptura independentista. Su influencia, como los datos indican, ha sido nula frente al largo proceso de inmersión linguo-separatista.
Probablemente, las elecciones catalanas van a tener alguna influencia sobre las andaluzas aunque las circunstancias y los sujetos son muy diferentes. Pero primero hay que ser serio con los datos. El efecto Illa se reduce a que el PSC ha ganado 34.000 votos en Barcelona, 3.500 en Tarragona, 2.000 en Lérida y 6.500 en Gerona. En total, 46.000 votos.
Esto es, el PSC se ha mantenido, pero ha sido la abstención sufrida por las demás opciones la que lo que encumbrado ganando 10 puntos porcentuales (del 13 al 23 por ciento). Esa abstención no parece que vaya a repetirse dentro de un año largo en Andalucía tanto si la pandemia se debilita como si no.
Si solo gana esos votos o un porcentaje similar en Andalucía, el PSOE no logrará recuperar el poder en Andalucía, con o sin Susana Díaz. Otra cosa es que la trianera ceda su sillón de secretaria general a alguien a quien Pedro Sánchez e Iván Redondo hagan, como a Salvador Illa, una campaña de imagen gratis con dinero público desde un puesto relevantísimo ligado a la pandemia o a algo de su envergadura.
El sistema es barato. Con el dinero de los españoles, se hace emerger la figura pública que conviene en las comunidades autónomas –la sucesora de Illa es canaria, tomen nota–, y desde el plano gubernamental, teles compinchadas y redes sociales se proyecta su imagen para hacerla desembarcar en el momento oportuno en la región.
Pero para el caso andaluz, una operación semejante sólo sería posible con Carmen Calvo o María Jesús Montero, vicepresidenta y ministra de Hacienda respectivamente. Aun siendo mujeres, un plus para la izquierda, eso es complicado. Salvo un derrumbe total de Ciudadanos, algo no probable, y un pinchazo del PP, que no tiene por qué, con una recolección de todos sus votos por parte de la PSOE y Podemos, las izquierdas no sumarán para gobernar.
Es complicado porque Susana Díaz tendría que quedar partía tras haber sido doblá. La lideresa no ha terminado de comerse todos los marrones pendientes en los juzgados y sigue teniendo serios apoyos dentro del PSOE andaluz. Habría que extenuarla antes de intentar su defenestración ordenada. Si el lance ser produce sin orden, la consecuencia podrá ser terrible.
Por su parte, Carmen Calvo, más aún después de su "dedazo" –el término es del PSOE de Jaén– no cae simpática a nadie, ni dentro ni fuera del partido, y Montero, además de otras cuestiones, tampoco, porque ningún ministro de Hacienda lo es. Pero en su caso, al no tener raíces en el PSOE andaluz, su influencia en los aparatos provinciales es nula. Así que habrá que estar atento a la chistera de Pedro Sánchez, convertido tras las elecciones catalanas en el mago indiscutido del PSOE, el andaluz incluido.
Vayamos a Izquierda Unida y Podemos. Tomen nota de unos datos tremendos. En las elecciones de este domingo, han perdido en Cataluña nada menos que 130.000 votos, casi un 30 por ciento de los sufragios. Si a ello le unimos el que sus partidarios en Andalucía sufren descenso tras descenso sucesivo en las encuestas y su trifulca fratricida con los anticapitalistas de Teresa Rodríguez y Kichi, que han sabido aparecer como víctimas de la purga de Pablo Iglesias, no parece lógico esperar que consigan la fuerza suficiente para dar paso a un gobierno de izquierdas.
Otra cosa es lo que ha ocurrido en el bloque llamado constitucionalista, a pesar de las intensidades de su musculatura ideológica. Nadie puede dudar ya que en el futuro andaluz lo único cierto es que Vox va a estar más presente. Si antes de las elecciones catalanas, todos los sondeos, los oficiales y los oficiosos, ya le daban una subida notable –hasta 18 escaños, 6 más que ahora–, su transformación ya evidente en partido útil y necesario para cualquier opción constitucionalista común, le hace ganar atractivo frente a un Ciudadanos demolido en la Cataluña sobre la que edificó una esperanza aniquilada el pasado domingo.
Pero Andalucía no es Cataluña, ni es del todo España. Juan Marín, si tiene el defecto de su falta de pensamiento político consecuente, tiene a su favor el pragmatismo oportunista del que ha dado muestras. Recuérdese que hace relativamente poco tiempo, no descartaba ir a las próximas elecciones en coalición con el PP de Moreno Bonilla, opción que Inés Arrimadas y el propio Bonilla dinamitaron a las pocas horas. Dos días después de la debacle catalana, la ruina de Arrimadas, poco amiga suya, no le viene del todo mal al sanluqueño.
No hay duda de que Ciudadanos va a seguir bajando, pero si baja demasiado y demasiado deprisa, al estilo catalán, la izquierda andaluza podría tener su oportunidad. Incluso cabe la opción teórica de que Ciudadanos se decante, estando ya perdido del todo, por el sálvese quien pueda acudiendo al pacto con el socialismo que rompió con Susana Díaz. Pero tal opción destruiría del todo al partido y a nadie gusta del todo.
Así que lo más interesante del futuro andaluz es la navegación que va a hacer el PP andaluz, que no es del todo aliado de Pablo Casado y es mucho más amigo de Alberto Núñez Feijóo, tras haberlo sido de Soraya Sáenz de Santamaría y Javier Arenas. Hasta ahora, las encuestas le daban al alza por el efecto poder y Junta de Andalucía y porque su posición es educada y moderada, algo que no disgusta en medio de tanto navajeo. Pero Cayetana Álvarez de Toledo ha comenzado la catarsis tras el batacazo catalán. Y Bárcenas sigue al fondo.
Lo cierto es que el PP no existe apenas en Cataluña ni en el País Vasco y que sin presencia en esas dos regiones más que especiales, gobernar España es casi imposible. Sin el gobierno andaluz, será más que imposible. Si gobierna Andalucía es por el milagro de Vox en 2018, algo que hasta ahora le ha salido casi gratis pero que puede encarecerse de manera inmediata.
Juan Manuel Moreno Bonilla debe tener mucho cuidado. No tiene modelos porque Galicia no le vale, pero Casado tampoco. Deberá desarrollar una vía personal a pesar de tener un "carisma" cortito. Los "zarpazos" de Vox son indetectables y eficaces y eso que en Andalucía nunca han tenido candidatos de gran relieve personal. Imagínense a una Macarena Olona, es un suponer, al frente de Vox en Andalucía y se sentirá el agobio que produce un aliento así en la nuca de todo el espectro político.
Un dato reflejará mejor la situación del PP. En las elecciones andaluzas de 2018, el PP en Andalucía logró casi 750.000 votos y Vox , 396.000. En las elecciones generales de noviembre de 2019, el PP (877.202 votos) sólo rebasó a Vox (869.909) en 7.300 votos mientras Ciudadanos se quedaba por debajo de la mitad de sufragios. De eso hace ya dos años y no habían tenido lugar las elecciones catalanas. Ni siquiera hay nacionalismo relevante.