Que el nuevo gobierno andaluz ha entendido a la perfección las reglas del agit-prop inventadas y desarrolladas por el izquierdismo, el socialista y el comunista, ya no tiene discusión alguna. Hay quien critica duramente este comportamiento de PP, Ciudadanos y Vox cuando callaron durante 36 años cómo la izquierda se envolvió en la bandera andaluza, situaban al centro derecha en el franquismo y a todo lo que no fuera PSOE e IU en el fango del egoísmo antisocial.
Nunca se ahorraron críticas para un PP, fíjense, que fue el único partido que pagó lo que se consideraba la deuda histórica con Andalucía –los 20.000 millones de pesetas que Manuel Chaves y Luis Carlos Rejón escribieron en una servilleta– y que ha sido el único partido bajo cuyo gobierno las tasas andaluzas de paro se redujeron notablemente. A pesar de todo, siempre ha sido considerado un partido perverso. Desde que Ciudadanos se unió a su carro ya huele a azufre, y de Vox, ni hablemos.
O sea, que los partidos de la izquierda andaluza están siendo tratados con su propia medicina agitadora y propagandística, les guste a algunos y no nos guste a los otros. Pero todos los consensos y equilibrios democráticos están saltando por los aires. ¿Importa uno más? No, porque lo que se comprueba cada día más es la voladura de los puentes de la convivencia que construyó la transición y que nunca fueron respetados desde la izquierda. Lo escandaloso es, ahora, que la derecha al unísono se sume a lo que durante casi cuatro décadas han hecho PSOE, IU, UGT, CCOO y otros tentáculos.
Viene esto a cuento de la guerra de los "lacitos". Fueron los separatistas catalanes los que comenzaron una batalla de banderas que fue menguando hasta desembocar en los lacitos, más modestos, pero más visibles en los brazos de sus partidarios. En Andalucía, desde Rafael Escuredo, lo de embriagarse con el andalucismo nacionalista en una operación de tinte nacional y socialista fue norma y no excepción.
De hecho, todos los presidentes socialistas de la Junta de Andalucía no han tenido nunca el menor remordimiento por envolverse en los colores de la bandera andaluza, al estilo Puigdemont, y tratar de identificar a Andalucía con su partido y con la izquierda en general. Es más, se ha llegado a propagar que Andalucía es, más o menos genéticamente, socialista y de izquierdas y que siempre lo será por no se sabe qué deducción científica que ha quedado arrolladas por las elecciones del pasado 2018.
Pero ahora, el nuevo gobierno andaluz, de PP, Ciudadanos y, al fondo, Vox, como los reyes Austrias en Las Meninas, se ha colocado lacitos en el Parlamento con los colores de la bandera andaluza. Donde las dan las toman. ¿El motivo? Pueden suponerlo: el desmán del gobierno Sánchez y de la non grata María Jesús Montero de aplicar medidas drásticas a la realidad de un déficit que fue perpetrado por la propia Montero. Ciertamente, la caradura llegará a ser legendaria.
El caso es que este jueves, en el pleno parlamentario reglamentario, el presidente Juan Manuel Moreno y todos sus consejeros, además de todos los diputados de PP y Ciudadanos se colocaron en la solapa un lacito con la bandera de Andalucía sorprendiendo a socialistas y comunistas anticapitalistas por la demostración de desafío y por la similitud de sus métodos.
El nuevo gobierno andaluz, que el día antes había resistido un debate monográfico sobre la sanidad andaluza sólo un año después de su llegada a la gestión, ejecutaba visualmente el plan de identificación con Andalucía, tan caro a la izquierda andaluza de toda la vida, y mostraba televisiva y tuiteramente que entre los andaluces debe haber un "lazo" que es la defensa de sus intereses, defensa que hoy abandera la propia Junta.
¿Contra quién? Contra el ataque que el gobierno de Pedro Sánchez ha desencadenado contra las finanzas andaluzas y su estrategia fiscal, por ahora. Si María Jesús Montero creía que un día no muy lejano podría bajar a Andalucía como lideresa sucesora de Susana Díaz, el plan se ha chafado. Y por si fuera poco, los lazos con los colores de la bandera andaluza se venden a 0,55 euros en mercerías avispadas que, visto lo visto, se van a forrar.
Eso sí, evitar los posibles recortes necesarios con la reestructuración de la administración paralela, reorientar la estrategia de desarrollo económico y social, dar un volantazo a la deriva de la educación, reformar el servicio sanitario, mejorar los plazos de recepción de las ayudas por la dependencia, regenerar el modelo partidista de la comunicación pública y otras muchas cosas, pueden esperar. Total, en España no está pasando nada grave.