Hace tiempo que Pablo Iglesias renunció al poder mediante las urnas, sabedor de que el comunismo que profesa sigue siendo tan detestado por los españoles como lo ha sido siempre. Por eso lo fía todo a excepcionales carambolas parlamentarias.
Algunas cabezas pensantes del paraíso socialista consideraron que el deporte, costumbre decadente de las degeneradas sociedades capitalistas, era un instrumento al servicio de la burguesía.
Nunca deberíamos desestimar el valor educativo de las distopías. Muchas de ellas nos recuerdan, por si se nos olvida –y se nos suele olvidar muy a menudo–, lo cerca que podemos estar del desastre.
Tenemos claro que Vox no es un fin en sí mismo, sino un instrumento al servicio de España y también una herramienta en defensa de los tres derechos fundamentales de la persona: la vida, la libertad y la propiedad.
El escándalo de la tesis del presidente Sánchez, desde ahora el doctor Sánchez, para escarnio de tantos doctores que lo son después de muchos años de estudio, ha servido para poner de manifiesto la degradación de la universidad española.
Solo la comunión en una fe ideológica que atropella toda decencia y pasa por encima de la más elemental lógica puede explicar la obsequiosidad del Gobierno de España con la Venezuela chavista.