Moncloa puede haber fantaseado con regalar a los independentistas un desaire al juez, pero no ha medido el coste que ello tiene para el propio Gobierno.
Deja un legado del que se entenderá la relevancia cuando el populismo y las políticas de identidad, tan íntimamente unidos, empiecen a ceder. Si es que lo hacen.
Los sindicalistas son conscientes del deterioro de su imagen, de su falta de credibilidad, de su desconexión con el mundo del trabajador, cuyos derechos se supone pretenden proteger.
Para los marxistas freudianos hay una pendiente resbaladiza que lleva a los trabajadores de comprar en el Primark a votar a Adolf Hitler, digo Donald Trump.