De todos los espectáculos dados por la sociedad catalana durante estas últimas semanas, el más repugnante ha sido, sin duda, el de la utilización de los niños por los agitadores separatistas.
Condición inexcusable de este nuevo club de los negocios raros es que no deberían recibir ninguna subvención pública. Acaso sea esa la iniciativa más plausible y de más difícil logro.
Hoy, la auténtica lucha de clases es entre quienes perciben subsidios y quienes los pagan, entre los que trabajan y los que quieren vivir sin trabajar.
La mayoría de los independentistas reconoce que Pujol puso la primera piedra y construyó todas las estructura de Estado que requerían los nacionalistas para dar un golpe de Estado con posibilidades de éxito.
Las manifestaciones de odio a España en territorio catalán siguen creciendo, acaso porque, como bien supo ver Quevedo, la nuevamente rebelde Cataluña no lo es, al menos no en exclusiva, ni por el güevo ni por el fuero.