La República Checa pretende mantener intacto el carácter competitivo que les ha imprimido Pavel Vrba desde que asumiera el cargo de seleccionador en 2014. El objetivo prioritario era acceder a la Eurocopa de Francia. No solo lo han conseguido sino que lo han hecho como primeras de grupo por delante de Islandia, Turquía y la eliminada Holanda. No es fruto de la casualidad sino del trabajo continuo y de un plan que ha funcionado a la perfección.

No puede decirse que a la selección checa le sobre talento en sus líneas, pero ha sabido compensarlo inculcando a sus internacionales equilibrio gracias al trabajo constante y regular. Es la clave de su éxito. El ejemplo perfecto es Petr Cech; el muro del equipo aporta seguridad en las paradas gracias a su experiencia y veteranía.

Por el contrario, otros jugadores como Rosicky han visto cómo su carrera ha ido a menos en los últimos tiempos, pero con un papel indiscutible dentro de la selección. La principal carencia del equipo se sitúa en la retaguardia donde han mostrado su mayor fragilidad. Durante la fase de grupos, a pesar de ganar a rivales complejos, lo han hecho encajando goles. En un torneo como la Eurocopa puede ser la diferencia entre llegar a las rondas finales o hacer la maleta antes de lo esperado.

Para compensar los errores defensivos, Vrba ha apostado por inculcar a sus pupilos la reacción inmediata para recuperar balones cuanto antes, así como la sintonía de un grupo que debe pensar al unísono. Arriba, Necid o Lafata deben estar asociados con los goles. En la banda, la capacidad para profundizar del lateral Kaderabek puede ser letal si se aprovechan sus medidos centros con remates a puerta o llegadas desde segunda línea, así como el aporte táctico que debe regalar Darida al resto de compañeros.

España, Turquía y Croacia deben sacar la mejor versión de una selección sin excesivas estrellas pero cuyo tesón y falta de presión les puede llevar a pujar por clasificarse para la siguiente fase.