La Universidad de Harvard ha informado estas últimas horas de la muerte del pensador de nuestro tiempo Samuel P. Huntington, autor en 1993 del artículo que, tres años después, daría lugar a su tratado sobre el choque de las civilizaciones.
Tras la caída del muro de Berlín en 1989, el triunfo de las democracias liberales y de la economía de mercado parecía definitivo. Así lo apuntó Francis Fukuyama, quien proclamó el fin de la historia de las ideas políticas con la victoria definitiva de las democracias y su previsible expansión mundial sin oposición alguna de una estructura ideológica adversaria. Fukuyama, quien ha pasado de neoconservador a activista por Obama en pocos meses, se retractó de esta tesis tras ver el mundo que surge (pero que ya existía) a partir del 11 de septiembre. El islamismo y el auge de los nacionalismos populistas en América latina le quitaron la razón, frentes que coincidían con las líneas divisorias de civilizaciones que había apuntado Huntington.
El hecho de que la democracia en Irak no funcione existiendo estructuras políticas democráticas, es decir, leyes que configuran un sistema de elecciones libres y derechos constitucionales, como consecuencia de una adaptación del trasfondo cultural de una población dividida en etnias y tribus, como sucede a menor escala en Afganistán, no hizo sino aumentar la popularidad de Huntington, en paralelo al desprestigio de las ideas de expansión de la democracia que propugnaban los neoconservadores y que Huntington criticaba, alegando que la idea de valores universales era una ideología estrictamente occidental, y que esa universalidad no se correspondía con la realidad ya se fijara uno en las mentalidades o en los sistemas políticos de otras partes del mundo.
La polémica continuó algunos años, y en su artículo “No hay choque de civilizaciones”, Fukuyama recriminó a Huntington (diez años después) el supuesto relativismo moral que imperaba detrás de sus tesis, al negar la idea de universalidad, y defendiendo una vez más esa idea, que tanto Bush como Blair han defendido, basada en que todos los pueblos quieren ser libres, en que la mayoría de los musulmanes repudian el terrorismo y a los terroristas, a quienes consideran apropiadores indebidos del Islam, y que, como dijo Blair, no hay un choque de civilizaciones sino un choque contra la civilización.
Aunque sin duda los neoconservadores se sentirán más cerca de Sharansky y de su “Alegato por la Democracia” que del buenista converso de Fukuyama, lo cierto es que la realidad no parece mostrarnos unas inmensas mayorías musulmanas deseando la paz frente a unos terroristas fanáticos sin apoyo social alguno y que serían aplastados por la democracia que todas las poblaciones musulmanas del mundo desean (basta ver la victoria electoral de Hamas en Palestina, por ejemplo). Y afirmar esto, como afirmar la occidentalidad del pensamiento que defiende la universalidad de los derechos humanos y de la libertad, no es ser relativista porque no exige abandonar una idea del bien y del mal y, por tanto, no impide afirmar que hay civilizaciones más avanzadas que otras y tomar para ello cánones como los Derechos Humanos. Se trata sólo, como dijo Reagan, de no tener miedo a decir lo que se ve.
Lo que sí es evidente, lo que atestiguará la Historia del Pensamiento para siempre, es que frente a las eufónicas y bienintencionadas afirmaciones de nuestros políticos, algunos de los cuales creen auténticamente en que la expansión de la democracia resulta posible, y las opiniones de buenas personas como Sharansky u oportunistas como Fukuyama, frente a los unánimes elogios hacia declaraciones universales como la de los Derechos Humanos, que hoy cumple 60 años sin que nunca se haya aplicado ni reivindicando seriamente en el mundo islámico, Huntington nos sumergió a todos en un baño de realismo por el cual la auténtica causa de la democracia y de la libertad de todo ser humano estarán agradecidos para siempre.