Cuenta El Mundo que los investigadores del Grupo de Menores del Cuerpo Nacional de Policía tenían evidencias de que se había cometido un crimen sangriento en la calle León XIII de Sevilla sólo cinco días después de que desapareciese la víctima. Además, tenían conocimiento de que en la silla de ruedas de la madre de Miguel Carcaño había no una sino varias manchas de sangre. Pero se tardó dos semanas en detener al asesino confeso, Miguel Carcaño.
El diario de Unidad Editorial tuvo acceso al acta policial del análisis del carrito de ruedas. Según ese acta, la policía ya tenía pruebas a los cinco días de la desaparición de la chica y a los cuatro de que Antonio del Castillo denunciase los hechos.
"El acta, firmada por el Grupo de Delitos Violentos de la Brigada Provincial de Policía Científica, está fechada el 29 de enero y detalla el examen que se realizó del carrito de la difunta madre de Carcaño en las dependencias policiales de Sevilla y cómo cuatro de las diez muestras tomadas correspondían a restos de sangre, aunque sólo una -según confirmó luego el Laboratorio Científico- se ajustaba al perfil genético de la joven desaparecida", asegura.
La silla de ruedas, estaba en el piso que compartían Miguel y su hermano, el también imputado Francisco Javier Delgado y fue intervenida por tres agentes de la Policía Científica el 26 de enero, el día después de recibir la denuncia del padre de Marta, Antonio del Castillo, y a requerimiento del Grupo de Homicidios de la Brigada de la Policía Judicial, que ya se había hecho cargo, junto al Grupo de Menores, del caso.
Las diez muestras seleccionadas fueron analizadas. De ellas cuatro eran de sangre y una era de sangre de Marta o podría serlo. "La sangre estaba en la rueda trasera izquierda, en la cara interna del respaldo, en la empuñadura izquierda y en la cara externa del asiento" se dice en el acta.
Posteriormente, el Laboratorio Biológico de la Policía Científica determinó posteriormente que sólo uno de ellos pertenecía a la joven Marta del Castillo. No ha trascendido de quién o de quiénes eran los otros restos de sangre hallados en la silla. De pertenecer a alguno de los imputados, podría implicarles directamente en el traslado del cadáver cuando menos. De todas formas, la precisión y el cuidado que tuvieron los que utilizaron la silla fue máximo porque no había ninguna huella dactilar reconocible en todo el carrito.