LD (EFE) Madonna ha ofrecido en el circuito de Cheste un pase más de su espectacular gira mundial, en el que luces, imágenes y coreografías pautadas por un estricto guión han primado sobre la música, concepto artístico casi relegado a un segundo plano en este macroconcierto que ha hecho vibrar a más de cincuenta mil
Repitiendo las directrices del show ofrecido en Sevilla, y amparada por una fase del concierto denominada "gitana", la cantante estadounidense recurrió a los tópicos españoles: los toros y el flamenco. Una vía de conexión con el público que en este país siempre funciona. Nos encanta ver a una artista universal retorciéndose en movimientos parecidos al baile flamenco y escuchar expresiones en castellano, como "te amo" o "ándele", aunque ésta última se utilice a nueve mil kilómetros de aquí.
Si además interpreta canciones dedicadas a España como "La isla bonita" o "Spanish Lesson", deliramos en aplausos. Todos estos calculados momentos folclóricos, que convierten el escenario en una verbena, han ocupado una de las cuatro partes del concierto. El resto ha sido una concesión al espectáculo tecnológico y a la cultura del videoclip marcado por el vacío artístico de su último álbum, "Hard Candy", y salvado por los mayores éxitos de sus veinticinco años de carrera.
Pero las grandes producciones sirven para camuflar las apariencias y convertirlas en virtudes. Las luces matizan el desgaste, las etapas de potencia amplifican voces ajustadas, los bailarines completan los espacios vacíos y las proyecciones en pantallas dividen la atención. Todo ello, dispensado sin escatimar y a toda velocidad, provoca un efecto sobrecogedor en los espectadores, que al fin y al cabo es lo que esperan encontrar en un concierto de Madonna. Apabullante.