La segunda es decisión del Arzobispado de Toledo, impulsor de esta operación con la autorización del propietario del terreno, José Antonio Rodríguez, cuyo abuelo podría estar entre los muertos. Y la primera depende en buena medida de la anterior ya que, como explica el forense Francisco Echeverría, no puede saberse aún qué superficie hay desde el lugar hasta el que ha llegado con su equipo de la sociedad de ciencias Aranzadi hasta el final de la mina. La cuestión suscita opiniones diversas entre los que se han pasado la mañana en el interior de la mina toledana. Lourdes, la antropóloga del equipo, es escéptica sobre la posibilidad de que haya, como repiten por la zona, cientos de cuerpos. "Ni siquiera cien" afirma, mientras alguno de sus masculinos compañeros frunce el ceño en señal de duda. Todos coinciden, sin embargo, en que todavía es pronto para hacer afirmaciones tajantes mientras Luis Avial, el encargado del Georadar que conoce bien a los hombres de Aranzadi, les alienta entre cucharón y cucharón de paella: "esto no puede quedar así, hay que seguir investigando".
Lo que sí puede asegurarse tras la inspección del domingo es que hubo un intento de quemar los cuerpos arrojados a la mina, parte de cuyos restos han aparecido ahora carbonizados. Sin embargo, los asesinos ignoraban la enorme energía que requiere la incineración total de un cuerpo humano, como explica con limpia precisión científica Echeverría al pie de la mina.
A las dos dudas primigenias se suma una tercera que ha supuesto la gran sorpresa del fin de semana: los dos caballos encontrados en la mina, incluso antes de atisbar los primeros restos humanos. Los animales tienen herraduras y a duras penas caben en el lugar, lo que descartaría la hipótesis de que hubieran sido utilizados en los trabajos de la explotación, que data de época de los romanos. Tampoco se sabe si murieron dentro o fueron arrojados muertos, aunque los restos parecen estar bastante enteros y son animales de gran tamaño a juzgar por el "cabezón" que tienen, en palabras de uno de los espeleólogos. Nadie descarta que existan más galerías de las ya exploradas.
A la espera de la decisión de la Iglesia, que en principio no va más allá de establecer la certeza científica del brutal episodio de represión acaecido durante la Guerra Civil en esta zona limítrofe entre Toledo y Ciudad Real -lugar de la retaguardia republicana-, el grueso del equipo de Aranzadi vuelve a San Sebastián y el responsable del Georadar a Madrid. La sórdida historia de Las Cabezuelas ha quedado al descubierto este fin de semana, cuatro meses después de la primera inspección por una boca auxiliar. Abierta la puerta del pasado, no parece tan sencillo cerrarla.