La llegada de Bildu a las instituciones vascas y el enorme poder que ya atesora en Guipúzcoa ha provocado que muchos vascos vuelvan a recordar los peores años en el País Vasco, en el que incluso parte de la Iglesia en esta región dio la espalda a las víctimas del terrorismo y a los perseguidos por su adscripción no nacionalista.
Sin embargo, aunque el poder político pueda ser propicio para los proetarras sí ha existido un cambio en la Iglesia, con unos pastores que ya no desprecian a las víctimas y que por sus nuevas líneas pastorales se han encontrado con el rechazo más profundo de los sectores más nacionalistas, tanto de la vida política como eclesial. Esta nueva generación de obispos, como Munilla o Iceta, responden a un perfil no nacionalista, bien formado y con mayor amplitud de miras. Pero esta situación no ha sido siempre así.
El bagaje de José María Setién, sobre todo, y el de Juan María Uriarte, al frente de la Diócesis de San Sebastián ha sido demoledor. Además de dejar una iglesia hecha un erial, sin casi fieles ni seminaristas, propiciaron una imagen de la Iglesia en el resto de España de complacencia con el entorno etarra y el desprecio a los no nacionalistas.
Es por ejemplo lo que cuenta la que fuera presidenta del PP en el País Vasco, María San Gil, en su libro En la mitad de la vida. La popular guipuzcoana es católica practicante pero en algunos extractos de su obra explica sin tapujos su dolorosa relación con la institución eclesiástica en su tierra durante los años más duros de ETA, especialmente con Setién como obispo en activo.
El testimonio de San Gil es muy representativo de lo ocurrido en el País Vasco durante años. El silencio y la complicidad de una sociedad con ETA. "Como sociedad hemos dejado mucho que desear. Y no sólo me refiero a las instituciones políticas, porque en el País Vasco incluso la institución eclesiástica ha adolecido de falta de ejemplaridad e incluso de falta de caridad", indicó.
En la retina de muchos españoles todavía están muy presentes los entierros nocturnos de guardias civiles y policías, que salían por las puertas traseras de las iglesias y que debían tener santa sepultura de madrugada, como si ellos fueran los delincuentes. Y todo con la complacencia del obispo.
La popular cuenta una experiencia similar en su libro: "la foto del obispo Setién pasando de largo delante de los hijos de José María Aldaya concentrados para pedir la liberación de su padre y no deteniéndose para darles unas palabras de ánimo y consuelo es demoledora."
Añade además que "no se dignó a mirarlos. Unos hijos que sufrieron el vía crucis de tener a su padre secuestrado por ETA durante 341 días. ¿Por qué? Debería ser él quien contestara, pero aquel gesto no ayudó a mejorar la imagen que de Setién teníamos gran parte de los fieles. De Setién sabíamos, entre otras cosas, que durante los funerales prohibía dentro de las iglesias la bandera española sobre los féretros de los guardias civiles asesinados por ETA".
Su experiencia con el prelado donostiarra, obligado a renunciar por el Vaticano años antes de que alcanzase el límite de edad, no acaba ahí. María San Gil relata con dolor que "me parecía increíble que Setién, mi obispo, no fuera más solidario con nuestro dolor y por eso creí que teniendo una reunión con él y explicándole directamente cuales eran nuestras circunstancias, su actitud cambiaría". Sin embargo, la cosa no ocurrió tal y como esperaba la política vasca, y cuenta que "le puse el ejemplo de lo que sufría mi madre, pensando que me podía pasar algo y que nunca, a pesar de ir todas las semanas a misa, había recibido una palabra de consuelo o de ánimo".
"¿Cómo voy a saber que tu madre sufre si no me lo cuenta?", le contesto Setién. Ante el estupor que causa esta frase, la popular reflexiona que "quizás las madres de los presos de ETA sí le contaban sus penas, porque les llegó incluso a ceder los bajos de la catedral del Buen Pastor para que hicieran sus encierros".
Después de esto, afirma que al ser gente educada, terminaron de manera correcta la reunión con el que era entonces obispo de San Sebastián. Afirma que bajó "con los ojos llenos de lágrimas al darme cuenta de que, a pesar de formar parte de la grey, a mi ‘pastor’ le importábamos bastante poco". Para colmo, Setién llegó a preguntar a San Gil que "dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos por igual". "Mi obispo me dejó muy claro que, para él, había fieles de primera y fieles de segunda. O sea, como los vascos, que los hay de primera, que suelen ser los nacionalistas, y de segunda, que somos lo no nacionalistas".
El Vaticano toma cartas en el asunto
Fue tal la gravedad del gobierno de José María Setién en San Sebastián que el Vaticano se vio obligado a intervenir. En el año 2000 el Vaticano le obligó a presentar su renuncia bajo el pretexto de problemas de salud, cuando por límite de edad aún le quedaban mínimo tres años al frente de la Diócesis. Su complacencia con ETA y su descarado menosprecio a las víctimas habían llegado a unos límites insostenibles. Setién fue sustituido por Uriarte, obispo que aunque no llegó a los límites de su antecesor también mostró un interés muy dispar con sus fieles.
Finalmente, ha sido en los dos últimos años cuando desde Roma han decidido en poner fin a esta situación. Ante la situación crítica de la iglesia vasca se ha optado por obispos jóvenes que tuvieron que formarse fuera del País Vasco. José Ignacio Munilla, el nuevo prelado guipuzcoano, prefirió ir al Seminario de Toledo antes que formarse en San Sebastián, lo que le causó la antipatía de Setién una vez que éste volvió al País Vasco.
El sector eclesiástico no nacionalista no le perdona que a pesar de ser vasco y hablar perfectamente el vascuence sea de perfil no nacionalista y que se haya manifestado en repetidas ocasiones a favor de las víctimas del terrorismo. "Las víctimas del terrorismo merecen un trato y mimo especial", dijo el pasado mes de enero. Curiosamente, en su toma de posesión en San Sebastián sí estuvo María San Gil.