El Gobierno trató de justificar el cierre del Valle de los Caídos aduciendo necesidades de restauración. La realidad es que poco o nada se ha arreglado y, muy al contrario, este es el lugar que era uno de los monumentos más visitados de España se ha dejado poco menos que abandonado y sin un mínimo mantenimiento, como esperando que el tiempo solucione por sí mismo el "problema".
No obstante, la cercanía del final de la legislatura parece haber hecho perder la poca paciencia que le quedaba al Ejecutivo, o al menos eso se diría al ver el nombramiento de una comisión de expertos que debe decidir el futuro del lugar y que, como ya señaló Libertad Digital, está compuesta por un variado grupo de personas que, desde ex ministros o consejeros socialistas hasta monjes de Montserrat nacionalistas catalanes, parece garantizar que el futuro del Valle pasa... por no tener futuro.
Pero mientras los políticos juegan con el monumento como con una propiedad privada el tiempo pasa inexorable en el Valle, y los duros inviernos, la humedad de la sierra y, sobre todo, el lamentable abandono, hacen que todos los elementos de conjunto se vayan deteriorando.
Una visita al Valle, teóricamente cerrado a turismo, nos permite conocer de primera mano la situación. Para ello contamos con el mejor guía: Pablo Linares, presidente de la Asociación en Defensa del Valle de loa Caídos (AVDC), que mantiene varios litigios con Patrimonio Nacional por su actuación respecto al monumento y que imparte conferencias por toda España para dar a conocer el pasado y el presente del lugar.
La basílica
La visita empieza por la propia basílica, quizá el mejor ejemplo del estilo desmesurado del conjunto con sus más de 250 metros de longitud. El gigantesco templo muestra sus heridas: por un lado las que le infligió uno de los últimos atentados del Grapo, visibles sobre todo por lo que no se puede ver, por lo ausente: todo un grupo enormes tubos del órgano que, dañados por la explosión, nadie ha restaurado.
Y también están los problemas causados por el tiempo y el abandono: enormes humedades "decoran" los techos y las paredes en diversos puntos de la basílica. No se deben a defectos de construcción que en el medio siglo de vida del templo lo habrían arruinado, sino a la desidia absoluta de Patrimonio Nacional, "bajo ésta y bajo otras administraciones", nos dice Pablo Linares.
El agua gotea literalmente en algunos puntos, y como queriendo dejar patente el desinterés por el aspecto de la basílica, unos grandes cubos de negro metal, imposible encontrarlos más feos y más discordantes, recogen el agua de unas goteras, mientras que otras caen directamente al suelo.
En el exterior las grandes paredes llenas de las mismas humedades y cuya piedra pulida tiene un aspecto completamente mate llamarían poderosamente la atención si no fuese por el lamentable estado de la Piedad, la emblemática figura de Juan de Ávalos cuya restauración sirvió de excusa para cerrar el Valle al culto.
La escultura se iba a desmontar para un controvertido proceso de restauración que finalmente no se ha llevado a cabo. Unas grandes y tupidas redes grises cubren la gran escultura ahora y delante una estructura metálica impide que los cascotes caigan sobre el público. Por supuesto, no se puede ver ningún cascote que haya caído de la "peligrosa" escultura.
Más estatuas deterioradas
Desde la distancia vemos también el gran grupo escultórico que decora la base de la cruz. Representa a los cuatro evangelistas y, como la Piedad, son obra de Juan de Ávalos.
Fueron la primera excusa para cerrar parte del Valle: su mal estado desaconsejaba el acceso a base de la gran cruz y hasta justificó el cierre del pequeño funicular en el que se hacía la ascensión y del restaurante del que salía éste.
Desde entonces, hace ya varios años, ninguna actuación de restauradores ha reparado definitivamente las grandes estatuas (sí se hizo una intervención de urgencia), si bien es cierto que tampoco se tiene noticia de ningún desprendimiento, pero la cruz, el funicular y la cafetería siguen cerrados.
Como cerrado está también el otro restaurante que había en el lugar (el Valle llegó a mantener hasta tres negocios de hostelería distintos). En éste, de mayor tamaño, se ofrecían incluso bodas y otras celebraciones y a día de hoy presenta un aspecto impresionantemente malo, tanto en su exterior como en su interior.
Maderas podridas, suelos que no ofrecen mucha seguridad y escaleras a punto de derrumbarse marcan el aspecto desde fuera. Dentro la impresión es aún más desoladora: las cocinas parecen haber sido abandonadas a toda prisa y todavía puede verse bastantes utensilios dejados como si se acabasen de usar. También puede observarse, incluso desde el exterior, el lamentable estado de algunos equipos: los años de cierre no sólo se traducen en pérdidas por el dinero que se deja de ingresar sino que significan que retomar el negocio requeriría una gran inversión.
La cabeza de San Juan
Uno de los casos más llamativos y significativos del trato que se le está dando al Valle es una curiosa anécdota que muy pocos conocen: la gran estatua de San Juan en la base de la cruz sufrió una obligada remodelación cuando ya estaba terminada, pues el escultor había creado un evangelista de edad avanzada que no gustó a Franco.
El dictador obligó a crear otra cabeza a su gusto para el santo, que es la que hoy podemos ver en la estatua. Lo llamativo de la cuestión es que los restos de la primera versión están tirados en una cuneta en el propio Valle de los Caídos.
Por supuesto, hace ya años que los expertos detectaron la obra de Ávalos, pero no sólo es que Patrimonio Nacional no haya hecho nada por recuperar lo que sería una escultura llamativa y de valor artístico e histórico, sino que incluso ha denegado el permiso a otros para hacerlo: la Fundación Juan de Ávalos pidió poder recoger los restos y ni eso se permitió.
Está claro que el Valle de los Caídos es un monumento controvertido, aunque quizá lo sería menos si se conociese su verdadera historia; también es obvio que desde el punto de vista artístico o estético nos puede gustar más o menos, pero es innegable que los artistas y arquitectos que participaron en su construcción son figuras de talla internacional; finalmente, y esto es lo más importante, es parte innegable de la historia de España y fue en su momento una fuente importante de ingresos y un motor turístico de primer orden.
Cerrarlo o abandonarlo hasta que se derrumbe por si mismo son las dos cara de una misma moneda: fanatismo ideológico que es incapaz de ver un poco más allá que sus propias obsesiones ancladas en el pasado.