Los genes de un grupo de ecuatorianos de baja estatura que no sufren cáncer o diabetes abre nuevas vías de tratamiento a personas que reciben quimioterapia, entre las cuales se podrían iniciar pruebas próximamente, dijo a Efe Jaime Guevara Aguirre, el responsable principal del hallazgo.
El médico ecuatoriano estudia desde 1987 a un grupo de 100 personas de entre 1,15 y 1,25 metros de altura originarias de unos pueblos del sur del país que padecen una mutación genética que atrofia su crecimiento. Guevara Aguirre se percató con el paso de los años de que, aunque sufrían obesidad, no desarrollaban diabetes y tampoco eran víctimas mortales del cáncer, del que solo ha habido un caso en todo este tiempo y la persona afectada sobrevivió.
Su descubrimiento, divulgado el miércoles en un artículo escrito en colaboración con Valter Longo, de la Universidad del Sur de California, para una revista científica estadounidense, podría pasar pronto del terreno científico al de las pruebas prácticas. En Estados Unidos, Longo pretende solicitar al Gobierno el uso de fármacos que bloquean el mecanismo del crecimiento para pacientes que sufren cáncer.
Guevara Aguirre dijo que él probablemente haga estudios sobre esa posible aplicación para la Universidad del Sur de California en un hospital de la Sociedad de la Lucha contra el Cáncer (Solca) de Ecuador. "A mí lo único que me interesaría saber es que esas personas que están sufriendo tienen la posibilidad de que tal vez su quimioterapia sea más efectiva", dijo Guevara Aguirre, quien apuntó que un afecto colateral del tratamiento podría ser una elevación del colesterol en la sangre.
Una enfermedad que sufren 300 personas en todo el mundo
La clave está en el organismo de personas como Luis Sánchez, un hombre de 42 años con altura de niño que es oriundo de la localidad de Piñas y que lleva colaborando con Guevara Aguirre desde hace dos décadas. Sánchez, hijo de padres altos pero que eran portadores de la mutación, ha cooperado con el médico por altruismo, como los otros pacientes, con el deseo de que el conocimiento de la enfermedad dé esperanzas a la siguiente generación.
En Ecuador hay unas cien personas con su enfermedad, conocida como síndrome de Laron, y en el mundo tan solo trescientas.
En una persona normal la hormona del crecimiento llega a un receptor en el hígado, tras lo cual induce la formación de un compuesto llamado IGF-1, el cual hace crecer los tejidos y los huesos. Los afectados por el síndrome tienen una deficiencia del receptor que hace que se genere un bajo nivel de IFG-1. Lo que el médico ha documentado es que al mismo tiempo "no tienen cáncer", mientras que sus parientes que no sufren el síndrome sí.
En teoría, si se usan fármacos ya existentes para bloquear ese receptor en un adulto, que no necesita crecer más, se podría actuar contra el cáncer, según Guevara Aguirre.
Todo empezó cuando quiso estudiar sus problemas de crecimiento
El médico no tenía esa dolencia en mente cuando inició sus investigaciones hace 24 años en pequeños pueblos de las provincias de Loja y El Oro con dinero donado por su padre, sino que le interesó la prevalencia de la obesidad entre los pacientes con el síndrome de Laron. Con el paso de los años descubrió cómo tratarlos y realizó "los mejores estudios de crecimiento en el mundo", dijo.
Les administró hormonas donadas por una compañía farmacéutica durante dos años, pero paró una vez que se le acabaron. La empresa continuó tratando a los pacientes del síndrome en Europa y Estados Unidos, pero no a los ecuatorianos, dijo Guevara Aguirre, quien se quejó también de no haber recibido nunca apoyo del Gobierno de Ecuador.
Con la hormona, ahora fabricada por la compañía francesa Ipsen, los 30 menores ecuatorianos que padecen el síndrome podrían crecer hasta 1,40 metros, una altura que les permitiría integrarse más fácilmente en Ecuador, donde las personas son bajas en general.
"Estos pacientes le han dado mucho durante los últimos veinte años, le han dado ni más ni menos que su dolor, su sangre y su cooperación, y sin embargo sus niños no reciben tratamiento", dijo el médico. Y al mundo esos 100 ecuatorianos anónimos le ofrecen claves para combatir uno de sus flagelos más letales.