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Juan Manuel Rodríguez

Los cien hijos de Joe Louis

Bienaventurada sea la Asociación "Los cien hijos de Joe Louis", organización formada por intelectuales de diverso cuño (escultores, directores de cine, pintores, actores y escritores) que surge con la misión de recuperar las históricas veladas madrileñas. Uno de los Solana (no el "otanero", el otro, el hermano telefónico que no llegó a ser ministro) se encargó de dinamitar el boxeo en la televisión, y ya se sabe que lo que no sale en la tele no existe. A cambio, y para solaz de Felipe González y José Luis Coll, disfrutamos las tardes del domingo con otro tipo de combates: los del taco golpeando las bolas en el billar. El primero fue Presidente del Gobierno, y el segundo presidente de la federación española del susodicho deporte, a pesar de lo cual el billar no se instaló, como pretendía el Solana televisivo, en el corazón de los españoles. El boxeo, sin embargo, sí. Y aún hoy, pasados los años, los buenos aficionados siguen reclamando con insistencia que les ofrezcan algunas peleas en abierto como ocurría en los viejos tiempos.

Los españoles, que hemos soportado en silencio (como dicen que sucede con las almorranas) el golpe de Estado del 23-F, la fuga de un Director General de la Guardia Civil o, ahora, el escándalo de Gescartera, parece que no estamos preparados psicológicamente para presenciar un combate de boxeo. Arropado por un halo de progresía mal entendida, el Solana menos famoso eliminó el boxeo, como los censores hacían durante el franquismo con los besos o las escenas de cama. ¿Por qué? Simplemente porque una pelea era "políticamente incorrecta". Al director no le gustaba y punto.

Los cien hijos de Joe Louis, encabezados por el pintor Eduardo Arroyo, se han propuesto darle un empujoncito a este deporte que, por otro lado, ha experimentado siempre una curiosa atracción entre los sectores más "intelectualoides" de la sociedad. No me atrevería yo a decir –como Álvarez Cascos con el fútbol– que el boxeo sea de "interés nacional", pero tampoco comprendo que se le encierre en el cuarto oscuro. Hubo un tiempo en que los aficionados tenían que ir con una campanilla para advertir de su presencia.

Sólo una circunstancia puede abortar esta bonita iniciativa: la presencia entre los "cien hijos" del secretario de Estado para el Deporte. Dice Arroyo que la asistencia habitual de Juan Antonio Gómez Angulo a las veladas certifica "la plena normalidad de un deporte que, por otro lado, pertenece al Ministerio de Cultura". Nada más lejos de la realidad. Angulo aparece en cualquier sitio en el que oiga un "clic" de cámara fotográfica, y desaparece con la misma facilidad. Él, a sus medallas, y nosotros, querido Eduardo, a lo nuestro.

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