La Derecha política, sobre todo cuando tiende al centrismo y la siesta ideológica, sólo está a la altura de las circunstancias cuando el panorama se pone complicado. Cuanto peor pintan las cosas, mejor se comporta. Cuanto más bárbaro se pone el socialismo, más liberal se pone la derecha, y si el Gobierno se pone borde en los asuntos fundamentales, especialmente el nacional, entonces se despereza, se enfada, se anima y pega unos linternazos que tiembla el misterio. José María Aznar, a quien la Derecha sociológica quiere reinventar ahora como un atlante de los principios, sólo funcionaba bajo presión. Si en la calle o en los medios no había conflicto, lío o presión izquierdista, el ex-Presidente se dejaba llevar por esa tendencia a la nada culturalmente adornada que le perdía y le pierde. Ahora bien, si se le ponía la izquierda en plan cafre, era capaz de morir como Gordon en Jartum. Naturalmente, ganaba o empataba el envite y, hala, otra vez a la bartola.
Rajoy, que en tantas cosas se parece a Aznar (aunque sus respectivos séquitos proclamen lo contrario), comparte también con él esa forma casi funcionarial de hacer política, de dejar que el tiempo y las cosas contribuyan a solidificar su poder, el Poder. Ideas, principios y medios de comunicación son obstáculos desagradables que sueñan con olvidar en brazos de la Propaganda, es decir, de la corrupción intelectual y material. Así hemos llegado a este invierno mediático atroz del que todavía no ha dicho una sola palabra Aznar, siendo responsabilidad suya. A ese heroísmo de reconocer los errores no hemos llegado todavía. Será en el próximo libro de Planeta.
Pero en la cuestión nacional, Rajoy (que no quiso ni verla cuando era ministro de Educación o Administraciones Públicas) está cada vez mejor, más contundente, más claro, más implacable y menos pastelero con Don Zetapé de Monclovia. La penúltima añagaza del socio de Rovireche ha sido convocar el Pacto Antiterrorista para evitar el chaparrón que puede caerle encima en el debate sobre el Estado de la Nación. Claro que el señuelo, a modo de trampa ratonil para Pixi y Dixi, lo ha instalado ZP entre la recepción a Ibarreche y el Debate que suele clausurar el curso parlamentario, de forma que sólo un ataque de maricomplejinismo agudo podía llevar al PP a morder el queso.