En conjunto, Mariano Rajoy está desempeñando bien sus tareas, nada fáciles, y en una coyuntura difícil: sucesor de Aznar, pero no en el Gobierno sino en la oposición, que no era lo previsto en el guión aznarí. Sin embargo, en el episodio Moratinos se ha dejado llevar, en mi opinión, por la dejadez, el burocratismo y las pocas ganas de batalla que a veces le aquejan. Ayer era el día para irse del Congreso, poner verde al presidente por el numerito de enseñarle al golpista asesino Chávez las ráfagas del techo y también para anunciar que iban a pedir amparo al Rey por la moratinada en TVE denunciando el supuesto golpismo venezolano del Gobierno del Reino de España, que obviamente salpica también al Rey de España. Rajoy, en día de “pájara”, llegó al extremo de decirle a ZP que no le contestara cuando no pudiera replicar. A lo mejor no se le había ocurrido, pero como le dio la pista, Bambi no resistió la tentación del juego sucio. Zaplana hizo lo que pudo para tapar el desaguisado pero no fue suficiente. Ayer era un día para que Rajoy diera un puñetazo en la mesa. Y no lo dio.
Hay una trampa en que la derecha acomplejada, o sea, la derecha, cae siempre: convertir el ejercicio implacable de la oposición en una función ministerial. Fraga ya cayó en esa trampa en tiempos del ahora chavista Verstrynge y con Peces Barba de celestina felipista. Eran los tiempos en que FG decía que a Fraga le cabía el Estado en la cabeza, mientras expoliaba Rumasa, amarraba a los jueces, preparaba el referéndum de la OTAN o ponía en marcha el GAL, entre otras actividades delictivas y delictuosas, como el espionaje a los partidos de oposición. Una persona tan distante y tan distinta de Fraga como Rajoy no debería caer en la misma celada. Que sea por vehemencia o por falta de ella da igual, porque, políticamente hablando, el resultado es exactamente el mismo: no hay oposición. Como Moratinos sigue y ZP se ha burlado de Rajoy, esperemos que éste haga mañana por venganza lo que debería haber hecho ayer por justicia. Pero que haga algo.