Zapatero ha ido colocando a amigos y conocidos al frente de los puestos clave en la gobernación del Estado. Lástima que entre sus amistades y conocimientos no abundara gente competente y, en algunos casos, simplemente decente. Pero en pocos casos esa mezcla genuinamente socialista de sectarismo y manipulación de la democracia, que se nota en el desprecio por la Oposición política y en la continua afrenta al pluralismo informativo, ha llegado a extremos tan peligrosos para el sistema, tan afrentosos para las libertades y, a la larga, tan peligrosos para el propio gobierno de Zetapé y sus amigos como el del Ministerio del Interior. Han pasado ya suficientes meses y demasiados escándalos como para que a José Antonio Alonso pueda concedérsele el convencional beneficio de la duda. De duda, nada: estamos ante una de esas buenas conciencias blindadas que caracterizan a la izquierda española, especialmente en el ámbito judicial. Y era necesario que la Oposición, o sea, el PP diera muestras de que no piensa pasarle ni una más.
La carrera de afrentas de Alonso empezó, naturalmente, en la SER, cuando al poco de ser nombrado acusó de “imprevisión política” al Gobierno del PP por la masacre del 11-M. Por lo que hemos ido sabiendo después, de lo único que no cabe acusar al PSOE es precisamente de imprevisión, porque parece que algunos lo tenían previsto casi todo, inmediatamente después de la masacre y puede que incluso antes. En todo caso es ya inocultable su empeño en impedir que se investigue de verdad el golpe electoral terrorista, político y mediático que llevó al poder a esa alianza de socialistas, comunistas y separatistas que, recordémoslo, no sólo sobrevivió sino que se blindó tras conocerse el pacto de Perpiñán entre los socios de ZP y la ETA. No es el momento de inquirir aunque probablemente sí el de empezar a preguntarse hasta qué punto la filtración al Gobierno Aznar del Pacto ERC-ETA formaba parte de esa estrategia cuyo epicentro fue el 11-M pero cuyo efecto requería una lenta preparación de la opinión pública y una manipulación fulminante en los dos días posteriores a la masacre.
Y en la SER, pieza clave en esa la manipulación política de la masacre y de su enmascaramiento posterior, ha seguido Alonso desarrollando una estrategia de provocación que, si continúa, llevará a la liquidación del Pacto Antiterrorista, decisión probablemente tomada ya por ZP pero cuya responsabilidad quieren que asuma el partido de Rajoy. Bien está, por tanto, que el PP la denuncie por escrito y ante la opinión pública. Porque la filtración, siempre a la SER, de grabaciones de etarras para insultar a El Mundo y al PP, con el fin exclusivo de intoxicar a la opinión pública acerca del mecanismo criminal del 11M, es la gota que ha colmado el vaso de lo informativa y políticamente imaginable y, desde luego, de lo democráticamente tolerable. Y el responsable de ese cúmulo de actuaciones delictivas o delictuosas, con las cárceles como sórdido locutorio de intoxicaciones, es ni más ni menos que el Ministro del Interior. Es decir, su Ministerio de la Provocación. Y si Alonso no cambia radicalmente de costumbres, cosa difícil con cierta edad y cierta ideología, la Oposición debe pedir su dimisión y no parar hasta conseguirla. La Izquierda sólo respeta lo que teme y es evidente que el PP tiene que hacerse temer para que se le empiece a respetar. A él como partido y a los diez millones de españoles que le apoyan.