No sólo tiene que ser cierto lo anunciado por la COPE sino que, como diría Felipe González con su nuevo acento mejicano, es “razonablemente razonable”. En seis meses, el Gobierno de ZP no sólo ha acreditado que sigue instalado en la pancarta junto a partidos declaradamente antisistema como ERC o los pecios de Izquierda Hundida sino que en el Consejo de Ministros y Ministras no abunda precisamente el talento. Por si la escuálida minoría mayoritaria en el Parlamento fuera problema pequeño, la incompetencia ministerial lo agrava día sí, día también. Creo que ya dijimos aquí que lo normal –si es que eso cabe en la política española, siempre abonada al sobresalto– era una legislatura lo más corta posible y nuevas elecciones para tratar de arañar algún escaño más. Por supuesto, soñando con la mayoría absoluta o al menos con una situación “confortablemente confortable”. Y en todo caso, intentándolo.
La estrategia es exactamente la contraria de la que siguió Aznar tras su victoria por la mínima en 1996, que consistía en durar, durar y durar para asentarse en el Poder y, además de disfrutarlo, no convertirse en un mero paréntesis entre dos gobiernos socialistas. Eso se basaba en los pocos escaños, la dependencia de Pujol y las escaseces mediáticas, muchísimo menores, con todo, de las que le ha dejado Aznar a Rajoy. Pero, a diferencia de ZP en 2004, Aznar sí tenía un programa de Gobierno desde 1993 y se puso a gobernar, al menos en el ámbito económico, desde el primer día. Como sucede casi siempre, las fórmulas liberales correctamente aplicadas funcionaron y, a los dos años, el cambio de tendencia y el crecimiento eran ya un hecho, que luego se convirtió casi en ciclo y, para muchos, en milagro. Bien es cierto que Aznar sacrificó el partido en Cataluña a la alianza con Pujol, con los resultados hoy a la vista. Y que los papeles del CESID fueron la prueba del algodón que acreditaba los límites de la regeneración democrática anunciada por el PP: los que estorbaran la bulimia gubernamental de los jóvenes leones de la Derecha española. Pero en su conjunto, la “lluvia fina” desde el Gobierno caló y caló, hasta la mayoría absoluta del 2000.