Si se confirma la decisión de Rajoy de colocar a José María Aznar como presidente de honor del PP se estará en camino de conjurar dos problemas muy serios aunque aún en estado incipiente: la agrupación en torno al ex presidente de los inevitables damnificados por la reestructuración del partido después del Congreso, y el empeño del PRISOE de salvar a Rajoy sólo a cambio de que reniegue de Aznar. Las dos cosas serían graves. Y la solución es la misma: recuperar a Aznar en el plano simbólico, desarrollar para la oposición lo que en sus gobiernos aprendieron todos, empezando por Rajoy, y cerrar las heridas que por falta de sensibilidad en unos y de hipersensibilidad en otro están abiertas desde antes del verano. Sólo falta que con el cargo Aznar recupere el despacho en Génova 13 y, a continuación, convenza a su señora concejala de que la única manera de evitar heridas atroces y problemas políticos serios es pasarse un año o dos en Estados Unidos rehaciendo no ya su modo de vida presente, sino su forma de convivir con el pasado.
Ya sé que parece excesiva esta intromisión en las interioridades de la familia Aznar, pero es que su interioridad pertenece a los diez millones de españoles que le votaron en el 2000 y que siguieron votando al candidato que él designó, pese a las terribles circunstancias del 14-M. La derecha política tiene una deuda moral con la derecha social, que le perdona casi todo y le apoya pese a casi todo, pero que no perdona ni la ingratitud ni el repudio de los valores políticos del PP y de las personas que los encarnan. Y en ambos capítulos figura Aznar.