Cambian los tiempos, cambian los imperios, pero la rebeldía innata de la fiera condición hispana, vertiente femenina, permanece incólume. Más aún: mejora, se acendra, se acidula y se encrespa cuando las circunstancias parecen mas sombrías para que así brille más la luz de la revolución patriótica que inflama los corazones españoles. No todos, ciertamente. Pero en Madrid, rompeolas de todas las espumas, una descendiente directa y legítima de Manuela Malasaña ha tomado el testigo de la lucha contra la opresión.
Trescientos años, trescientos, llevaba España gimiendo bajo la bota britana en su calcañar tarifeño. Trescientos años padeciendo la burla del expolio gibraltareño. Y los reyes y las repúblicas callaban. Y los ciudadanos disimulaban su vergüenza. Hasta que Trini dijo no. Exactamente, lo que dijo Trini fue: "Nosotros no vamos a permitir bajo ningún concepto que un ministro británico acuda a un acto oficial en Gibraltar en este aniversario". Y como las palabras no valen de nada sin una decidida voluntad de acción, se lanzó al mar nadando, camino del Peñón. Temblaban ya los británicos y sus cómplices simiescos cuando Trini, con el cuchillo en los dientes, fue traicionada por los suyos. Llamó por el móvil a Moratinos para recibir las ultimas instrucciones antes del asalto y se encontró con la voz de Zetapé: "es cuestión de tiempo y de talante la resolución del contencioso de Gibraltar". "¡De tiempo!" , se dijo Trini. "¡De talante!", se añadió. Pero la disciplina competía con su arrojo, derrotándolo por imperativo legal, y Trini Malasaña, Trini de Aragón, decidió dar media vuelta y volver grupas, quiero decir las espaldas, al baldón de Geb El Tarik. "!Volveré!" , dijo Trini.